LIBRO 1 - TENTACIONES 1 «El placer de la caza es el placer de la espera». Richard Jones, un hombre de treinta y cuatro años, atractivo y manipulador, se instala en Boston para comenzar una nueva vida luego del rotundo fracaso de su matrimonio. Tentado con una oferta de negocios, decide acudir a una fiesta donde una exuberante y sensual mujer llama por completo su atención. Sin embargo, grande fue su sorpresa al enterarse que aquella bella muchacha se trataba nada más y nada menos de la sobrina de su mejor amigo y futuro socio: Samanta. Consciente de causar cierta turbación en la joven que acababa de prometerse en matrimonio, decide emplear todas las artimañas de un hombre experimentado, introduciéndola en un peligroso juego de seducción y manipulación, donde lentamente la hará caer hasta poner en la cuerda floja todo su futuro. A Rick no le importaba absolutamente nada. Le había gustado Samanta y la quería para él, sin importar el costo que debía pagar… o sobre quién debía pasar. Pero… no todo saldría como él lo había planeado.
Leer másSAMANTA
Boston, Massachusetts
¡Fuego!
Mi cuerpo ardía y temblaba a la vez.
Esos ojos… esos ojos que me taladraban y causaban espasmos que no sabía podía experimentar; espasmos de placer, de tortura exquisita y un vaivén de emociones que jamás había vivido.
Un tacto que quemaba con cada roce, unas manos firmes que conducían a mi cuerpo al delirio del placer.
—¡Ahhh! —gemí ansiosa al sentir unos dedos adentrarse entre mis muslos. Palpaban mi sexo que estaba insólitamente mojado.
Mi cuerpo parecía pegado a la cama, amarrado con hilos invisibles que me impedían moverme para verlo a la cara. Mi rostro de lado, sobre la almohada de plumas y fundas blancas, deseaba con fervor poder voltear para que sus orbes se fundieran con los míos de nuevo. Estaba rendida, bocabajo, con las manos enlazadas al cabezal del lecho, suplicando por más.
Sus dedos dejaron de torturarme en mi punto y subieron de modo sensual por mi espalda, hundiéndose en mi cuello, enredando a su mano mi cabellera azabache; jalaba y metía un par de dedos en mi boca.
—¡Dios! —grité—. ¿Quién eres? —pregunté extasiada.
—Shhh… —fue su respuesta.
Sus dedos entraban y salían de mi boca con cuidado, humedecían mis labios de vez en vez.
Él disfrutaba, gozaba al convertirme en una mansa gatita al ritmo de sus manos y las caricias que dibujaba sobre mi piel.
¡Frío!
De repente, un frío inexplicable invadió mi cuerpo, logró así que, como la niebla, se esfumara aquel hombre. Solo su mirada de un color zafiro salvaje quedó como evidencia en mis recuerdos de que estuvo aquí.
Ahogo.
Por Dios. ¡Me estaba ahogando!
Un hondo suspiro precedió a la abertura de mis párpados. Mis labios se entreabrieron para emitir un grito ensordecedor y escuché enseguida las carcajadas de alguien que conocía a la perfección.
—¡Oh! —Respiré hondo y me incorporé de la cama, frotándome el rostro—. Pero ¡¿qué te sucede?! —le reclamé. La rubia que estaba sentada a unos metros de mí, seguía riendo a mi costa—. No es gracioso, Linda. ¡Pudiste haberme ahogado!
—¡No lo creo! —replicó al mismo tiempo que secaba las lágrimas que le causaron las risas—. Es más, creo que necesitas ser arrojada a una alberca para que puedas recuperarte de ese sueño demasiado húmedo que estabas teniendo.
—Tú y tus bromas. Un día de estos de verdad que me matarás. —Caminé hacia el tocador para secarme el rostro.
—¡Vamos! Fue una simple broma. —Me siguió y se recostó en el marco de la puerta—. Mejor dime qué estabas soñando y con quién… —susurró, provocativa, y me sonrojé.
—Con nadie, Linda. Ni siquiera recuerdo qué soñaba —mentí.
Más bien falseé a medias porque recordaba a la perfección el sueño que acababa de tener, pero en absoluto sabía de quién se trataba el hombre de ojos hipnóticos que me ha perseguido de forma constante estos últimos dos meses en mis sueños.
—¿Tal vez con Frank?
La sola mención del nombre de mi novio puso mis pies en la tierra de nuevo.
—No lo recuerdo, Linda. Tal vez era Frank —repliqué nerviosa.
—Está bien. Si no quieres decirme, ya no te molestaré. —Me sentí un tanto culpable. Linda era mi mejor amiga y nunca nos ocultábamos nada.
Suspiré profundo y tiré de su mano para que ambas tomáramos asiento en el borde de la cama.
—Te lo diré, pero no te burles de mí —advertí y asintió—. Desde hace un par de meses tengo sueños… digamos eróticos, demasiados recurrentes en los que alguien hace de mi cuerpo lo que se le place. —Se cubrió la boca queriendo reír y yo quise hacer lo mismo—. Sin embargo, siempre que intento ver su rostro, desaparece, y no sé de quién se trata. Quizá seguir siendo virgen a mis veintiún años está alborotando demasiado a mis hormonas. —Caí de espaldas sobre el lecho entre bufidos.
—Esa es una decisión personal, Sam. Son tus ideales y no deberías de cambiarlos por nada ni nadie. ¡Ni siquiera por un tonto sueño húmedo!
—¿Tú crees?
Linda se recostó a mi lado.
—Estoy segura de que, si es lo que sientes, está bien.
—No sé qué responderle a Frank… —susurré apenas; me refería a su propuesta de matrimonio—. Hemos salido por casi dos años, y él cree que es el momento oportuno para un compromiso, ya que su padre le cederá el mando de la compañía en unos meses.
—Sam, si no estás segura de que Frank es el indicado, no tienes por qué aceptar su propuesta de matrimonio. ¿No puedes decirle simplemente que quieres esperar un poco más? Aún falta un año para que termines tu carrera, y puedes utilizar esa excusa para pensar en el paso que deseas dar.
—Todos esperan que nos casemos; mi tío John, sus padres… Además, sé perfectamente que nadie me interesará como para darle más vueltas al asunto.
—¿De verdad no existe ninguna posibilidad para que te enamores de otro hombre? —indagó con seriedad y mi pecho se detuvo. Vislumbré con fijeza el techo de mi habitación y oí en la lejanía sus palabras—. ¿En serio crees que jamás te enamorarás, Samanta Richmond? Porque si de algo estoy segura, es que no amas a Frank.
Enamorarme…
Esa simple palabra solo me hacía pensar en él y solo me llevaba a un viaje de recuerdos con los que mucho tiempo luché para arrancarlos de mi corazón y mi memoria.
Todavía recuerdo como si hubiera sido ayer el primer día que lo vi… hace más de trece años. Apenas era una niña de ocho que perdió a sus padres en un trágico accidente, quedando bajo el cuidado de sus abuelos y su único tío.
Él, conmovido por mi pérdida y siendo el mejor amigo de quien consideraba mi padre desde nuestra desgracia familiar, siempre buscaba sacarme una sonrisa para hacerme feliz. Por aquellos detalles, quise creer que Richard Jones sería mi príncipe azul alguna vez, cuando creciera lo suficiente. No obstante, los años pasaron y la vida fue trazando su camino lejos de mí.
Pero aquello no fue suficiente para que me quitara esas ideas estúpidas e infantiles de la cabeza. A ciencia cierta creí que alguna vez él sería mi «felices para siempre».
Ya cuando cumplí los catorce años y estaba segura de que mis sentimientos eran demasiado reales como para darle razón a mi tío John, quien insistía que se trataba de un amor platónico que se me pasaría al conocer chicos de mi edad, Rick se casó y desapareció de nuestras vidas para siempre. Al menos de la mía, porque sabía que con mi tío mantuvo contacto, aunque él nunca lo mencionara.
Sacudí la cabeza e intenté arrancar de nuevo su nombre de mi memoria y hacer lo menos evidente posible para mi propio corazón, en el que aún existían resquicios de aquellos absurdos sentimientos.
Lo mejor sería tomar una decisión razonable de una vez en cuanto a la propuesta de Frank, y aceptarlo resultaba lo más sensato.
—¿Sam? ¿Me estás escuchando? —Linda pasó sus dedos delante de mis ojos. Parpadeé y regresé a la realidad.
—Lo siento. Creo que lo mejor para mí y para todos… es aceptar su propuesta. Solo estaría perdiendo mi tiempo al esperar algo que nunca ocurrirá —murmuré más para mí que para ella.
—¿A qué te refieres con perder tu tiempo por algo que nunca ocurrirá? —curioseó.
Solo negué.
—En volver a enamorarme, Linda. ¡Eso nunca ocurrirá! —dije sin querer.
Ella me vio, sorprendida.
—¡¿Eso quiere decir que te has enamorado?! —increpó con absoluta incredulidad.
—No fue lo que quise decir… —corregí de inmediato, pero fue en vano.
—¡Oh, sí! Fue exactamente lo que dijiste.
—Linda, es algo complicado y demasiado estúpido como para mencionarlo. Pasó hace mucho tiempo, cuando ni siquiera sabía lo que significaba enamorarse. Fue más como una admiración exagerada, que otra cosa —traté de explicar para que me dejara de cuestionar.
—Creo que lo que perturba tus pensamientos y te hace dudar, es precisamente ese algo o alguien.
—Mejor dejemos de hablar de esas cosas y elígeme un vestido para esta noche. Sabes que soy pésima en eso. —Me puse de pie, caminé hacia el vestidor y Linda me siguió.
—Está bien, pero esta conversación no ha terminado —advirtió al señalarme con un dedo.
¡Qué manera de comenzar el día!
La mañana había trascurrido agitada, entretanto, mi mejor amiga hacía todo su esfuerzo por escoger un bonito vestido para mí, cosa difícil de encontrar en mi armario por los celos excesivos de mi tío, quien fiscalizaba siempre mi atuendo antes de que saliera, a pesar de mi edad.
Era absurdo, mas esa era una de las reglas que debía cumplir para vivir con él. Sin embargo, había pasado tanto tiempo desde la muerte de mis padres y la partida de mis abuelos, que mi tío John se convirtió en mi pilar y mi techo, siendo la única persona a la que deseaba jamás decepcionar, tanto que llevaba la misma carrera que él y hasta trabajaba en la misma oficina, así que cumplir con sus reglas no era cosa con la que no pudiera lidiar.
«Algún día, pequeña, tú serás la dueña de todo esto, y debes estar preparada», había mencionado tantas veces refiriéndose a la empresa familiar, que terminé por hacerme la idea de que tenía el destino trazado y el futuro arreglado.
Pensaba en lo feliz que se pondría cuando le comunicara mi intención de aceptar la propuesta de Frank. Sabía que haría una fiesta con todas las letras.
—¡Tu armario es un asco, Sam! —se quejó Linda sin remedio, trayéndome a cuenta de mis pensamientos—. ¡¿Cómo es posible que solo esté lleno de trajes aburridos y vaqueros?! ¡No tienes un solo vestido decente para asistir a la gala de esta noche! —Reí por su dramatismo.
—Sabes que a mi tío no le gusta que vista demasiado provocativa. —Me crucé de brazos.
—¡Esa no es excusa! Él ni siquiera está aquí durante gran parte del día y apuesto a que es un ogro en todos los sentidos. Es increíble que en los tres años que tengo de venir a tu casa… nunca lo hubiera conocido.
—Es un hombre muy ocupado y no es un ogro; es demasiado apuesto para su propio bien —dije sugerente. Enarqué una ceja y ella negó.
—Ver para creer, Sam. Lo que importa en estos momentos es que no tienes nada que ponerte. Ahora mismo saldremos de compras. —Tiró de mí sin siquiera permitirme protestar.
De inmediato fuimos al centro comercial Copley Place, donde rezongué como chiquilla mientras Linda escogía prendas demasiado reveladoras para el gusto de mi tío y que no me conformaban, hasta que vi un precioso vestido negro con trasparencias delicadas y finas terminaciones.
Fui directo a él y sin probármelo, le pedí a la dependienta que me lo pusiera para llevar.
Linda asintió conforme.
Comimos algo en un pequeño restaurante que nos quedaba de camino y luego cada una siguió su propio rumbo.
La noche había llegado y terminaba de arreglarme para acompañar a mi tío a una gala benéfica a la que prometió asistir. Siempre hacía de su acompañante cuando se cansaba de sus novias de turno, y esa noche no sería la excepción.
No tomé muy en cuenta su advertencia recurrente en cuanto a mi atuendo y, por primera vez, me vestí con algo que yo misma escogí a gusto.
Mientras secaba mi cuerpo desnudo delante del espejo de cuerpo entero que tenía en mi habitación, no podía evitar imaginar esas manos que en la mañana habían recorrido con sensualidad mi piel, aunque fuera solo un tonto sueño húmedo, como bien mencionó Linda.
Cerré mis ojos e intenté darle un rostro a aquellos zafiros que me veían con deseo cada noche en mis sueños. Suspiré con resignación, imaginando que lo que ocurría cada vez que cerraba mis párpados, jamás se haría realidad.
—Tu realidad, Sam, se llama Frank Müller; un muchacho demasiado apuesto, atento, cariñoso y locamente enamorado de ti, que te ha propuesto matrimonio. No lo olvides —le hablé a mi reflejo para que no se me olvidara por un tonto sueño y un hombre que tal vez solo existía en mi imaginación.
Tomé la cajita de terciopelo negro en la que guardaba la sortija que me había entregado Frank junto con su propuesta. La abrí despacio y, con algo de pesar, me lo deslicé por el dedo anular izquierdo.
Mi decisión estaba tomada.
—Pequeña, ¡se nos hace tarde! —gritó mi tío del otro lado de la puerta.
—¡Ya casi estoy lista! —respondí. Me di un último vistazo en el espejo y tomé el pequeño ridículo que hacía juego con mi vestido. Estaba segura de que daría el grito al cielo cuando me viera vestida de esta manera.
Al salir, mi tío estaba de espaldas y no sintió mi presencia.
—Ya estoy lista, tío. ¿Nos podemos ir? —cuestioné con la voz temblorosa por la reacción que pudiera tener.
—Claro, pequeña —contestó sin dejar de teclear en su móvil—. Solo déjame enviar un correo y... —Levantó lentamente el rostro y se quedó sin habla al verme ataviada en aquel vestido demasiado revelador y provocativo—. ¡¿Pero qué es esto, Samanta?! —bramó furioso—. ¡Te dejé bien claro que nunca quería exponerte delante de toda esa gente! ¡Y mira —me señaló de arriba abajo—, lo primero que provocarás es que me mate a golpes con el que quiera sobrepasarse contigo! —Se masajeó las sienes y miró su reloj—. Llamaré y diré que no podré asistir. De ninguna manera te llevaré conmigo vestida de esa manera —sentenció rojo de la ira. No obstante, me armé de valor para enfrentarlo.
—¡Por favor, tío! —De verdad era un exagerado—. Confía en mí. Ya tengo veintiún años y sé perfectamente cómo poner en su lugar a las personas —reproché con seguridad.
Suspiró elevando el rostro al techo y acercándose a mí despacio.
—Por Dios, Sam. ¿Por qué me haces esto, pequeña? —inquirió preocupado—. Sabes perfectamente que en el mundo donde nos movemos los hombres poderosos acostumbran a tener todo lo que desean, y si te desean a ti, harán hasta lo imposible por tenerte. —Me tomó de las manos y me vio a los ojos—. Mi pequeña, eres demasiado ingenua. ¿Aún no te das cuenta de que eres una mujer demasiado hermosa y de lo que provocas en los hombres? —Aquello causó que se removiera algo en mi pecho.
—Confía en mí, tío John —respondí—. ¿Acaso no seré yo quien te suceda en la empresa? —interrogué, recordándole sus propias palabras—. ¿Cómo haré que me respeten si siempre me estás sobreprotegiendo y no dejas que yo misma les deje en claro que con un Richmond no se juega?
—¿Estás segura de que eres capaz de hacerlo, Sam? ¿Estás segura de que los lujos, el dinero y el poder, no harán que aceptes ninguna propuesta indecente?
—Muy segura —contesté con satisfacción. Mi tío cedería—. Además, eso se vería muy mal en una mujer comprometida con el hijo de Francesco Müller —repliqué en tono divertido. Le enseñé la sortija que llevaba en mi dedo anular y me vio, sorprendido.
—No me digas… ¿no me digas que Frank te propuso matrimonio? —Asentí y se abalanzó sobre mí, feliz por la buena nueva—. ¡Por Dios, pequeña, esa es una gran noticia! Frank es un chico con suerte.
—Realmente lo es… —concedí divertida.
—¡Me acompañarás! —sentenció por fin, con el mejor humor que le había visto jamás—. Nadie se atrevería a posar sus ojos en la prometida del hijo de Müller.
Solo asentí, dándole la razón, mientras que por dentro sentía una rara sensación de agobio.
Llegando a la fiesta, numerosos periodistas estaban agolpados en la entrada del evento y posamos muy sonrientes para ellos. A cada paso que dábamos, llovían los elogios para mí, pero mi tío cortaba cualquier tipo de adulación sin mencionar que era su sobrina.
Llevaba puesto un vestido largo de color negro con mangas, provisto de trasparencias por entero, el cual cubría solo lo justo. El escote delantero llegaba hasta casi el ombligo y el largor de la falda tocaba el piso. Sin embargo, tenía un tajo profundo que dejaba ver una de mis piernas. La tela transparente se camuflaba con piedras incrustadas. El pelo me lo sujeté en una cola baja y como accesorio, llevaba un collar y unos pendientes que hacían juego con mi atuendo.
Por primera vez me miraba preciosa, sexy, y sentía con cada cumplido que destilaba sensualidad por donde pasaba. Oía el murmullo de los hombres, preguntándose quién era yo, y el de las mujeres elogiando mi vestido.
La noche pasó mientras trataba asuntos de negocios con los demás invitados que eran socios comerciales de Richmond Innovation Group, una de las empresas de bienes raíces más prósperas del país, que contaba con innumerables propiedades, entre ellas almacenes, centros comerciales y hoteles cinco estrellas en diferentes puntos del mundo.
—John —escuché de fondo. Él se disculpó, dejándome en compañía de las personas con las que estábamos conversando acerca de sus hoteles, pero por el tono demasiado alto de voz que utilizaba aquella mujer rubia y atractiva, fue imposible que no me volteara a verla, y más aún al comprender que se dirigía a mí.
—No sabía que a John le gustaran las niñas de kínder —lanzó con malicia.
—¿Disculpe? —pregunté confundida. De inmediato pude reconocerla como la tía de mi mejor amiga.
—Jennifer... —oí la voz de mi tío detrás de ella.
—Le estaba diciendo a tu amante que no sabía sobre tus gustos hacia personas mucho menores que tú. —Mis ojos se abrieron al oír su insinuación.
—No te permito que te refieras a ella de esa manera —masculló entre dientes para que nadie se diera cuenta del espectáculo que la tía de Linda estaba dando—. Estás ebria.
—Piensa lo que quieras. Ahora comprendo por qué no querías comprometerte —replicó la mujer, después tragó saliva y sus orbes comenzaron a tener un brillo melancólico.
—Tío... —Quise intervenir, pero John me silenció con la mirada. Sin embargo, pude escuchar la respuesta a aquel reclamo.
—Fuiste tú quien no quiso esperar.
La mujer iba a continuar con la discusión, pero una voz la interrumpió a tiempo.
—Disculpen a mi tía, yo me encargaré —dijo una rubia muy parecida a ella, tomándola por el brazo y tratando de llevársela. De inmediato comprendí que se trataba de Linda y se veía endiabladamente bella.
—Linda… —dije sonriente.
Ella me observó, asombrada.
—Samanta, ¡por Dios! Te ves estupenda. —Me escrutó de pies a cabeza con aprobación—. Mírate; no te reconocí.
—No exageres y ven… —La tiré del brazo hasta llegar frente a John—. Te presentaré a mi tío de una vez por todas. Tío John —llamé su atención y de inmediato se volteó—, quiero presentarte a Linda, una compañera de la universidad y mi mejor amiga. —Pude notar cómo vio a Linda con sorpresa—. Linda, él es el famoso tío John. Después de tres años al fin los puedo presentar —comenté, entusiasmada.
—Un gusto conocerlo, señor —exclamó Linda, nerviosa y extraña, estirando la mano a modo de saludo.
—El placer es todo mío, Linda. —Agarró su mano y la mantuvo más de lo debido entre la suya.
—¿También vas a coquetear con mi sobrina? —intervino de nuevo aquella mujer.
Linda de inmediato se deshizo del agarre de John y se dirigió a su tía.
—Mejor vamos, te llevaré a casa. —Le restó importancia a las palabras de su tía y caminaron hacia la salida. Jennifer se tambaleaba y Linda la sostenía como podía.
La vi con pena. Comprendí que había sido algo importante en la vida de John y que quedaron heridas abiertas que aún no sanaban.
Después del incidente, pasamos casi toda la noche conversando con empresarios. John no perdía oportunidad para promocionar su negocio. Cuando ya estábamos a punto de marcharnos, una voz nos interrumpió y mi corazón comenzó a palpitar exageradamente aun sin saber de quién se trataba.
—John, amigo, ¡tanto tiempo! —Él estaba de pie frente a mí y sonrió cuando vio al dueño de aquella voz.
Mi cuerpo se paralizó y no me volteé.
No quería confirmar lo que sospechaba. Era absurdo, estúpido y patético lo que me imaginaba. Mi tío avanzó, pasando por mi lado, y escuché cómo se saludaba eufóricamente con el dueño de dicha voz. Lo único que deseaba era desaparecer en ese mismo instante al sentir cómo mi estómago se cerraba y la piel se me erizaba.
Con la respiración errática y mi pulso acelerado, solo cerré los ojos antes de voltearme.
«Por favor, no, que no sea él…».
Nuevamente transcurrieron dos semanas en las que seguí sin saber nada de él.Eso me hacía pensar en las noches que si no era yo quien lo hubiera buscado en todo este mes, de todos modos, él no habría vuelto a mí. No habría llamado tal como no lo hizo. No me habría respondido, aunque fuera un puto correo, pese a que en las madrugadas no me cansé de escribirle cientos de palabras de amor, de odio, de dolor y arrepentimiento por haber confiado tanto en él.Mi cabeza deliraba y maquinaba desde lo más peligroso que pudo haberle sucedido hasta lo más bajo que él me pudiera hacer. Las cosas solo caían por el peso de darles la razón a las personas que me decían que se arrepintió y decidió marcharse. Tal vez si al menos el conserje no me hubiera dicho que se marchó por su propio pie, con sus cosas en mano, habría creído lo peor, mas
Cuando llegué a casa, John se encontraba sumamente concentrado en su ordenador con una sudadera y un pantalón deportivo. Se veía jovial. Reí en mi interior deseando que Linda pudiera verlo de este modo.Me acerqué hasta el sillón donde estaba hundido y tomé asiento a su lado.—Hola, pequeña. No te oí llegar. —Levantó la vista y se quitó las gafas—. ¿Estás bien?—Sí, tío, pero quería pedirte un favor. —Tomé aire mientras John se cruzaba de brazos aguardando a que le dijera lo que necesitaba—. Invité a cenar al hombre que amo y me haría muy feliz que lo recibieras de buena gana.Infló su boca con aire y se sacudió el pelo. Largó la respiración y asintió poco convencido. Aun así, una gran sonrisa se formó en mis labios y me lancé sobre &
SAMANTAEl mes pasó volando, como le había dicho a Rick, y me encontraba ansiosa porque John cumpliera su promesa. Faltaban apenas tres meses para el matrimonio y no deseaba alimentar más ilusiones en nadie. Durante las cuatro semanas tuve que rechazar a Frank de modo sutil las pocas veces que nos veíamos porque él se encontraba con muchas responsabilidades encima, ya que antes de la fecha fijada para nuestra boda su padre lo nombraría presidente de Müller Enterprise. Sin embargo, el corazón se me estrujaba cuando en su mirada vislumbraba la decepción y la tristeza por mi actitud. Con Rick conversaba a diario antes de dormir para que John no escuchara ni por casualidad la conversación y se diera por enterado de que portaba un móvil pese a que me arrebató el anterior. Al menos dos o tres veces por semana me escabullía de la casa de Linda para po
SAMANTAPoco a poco fue aflojando aquel agarre firme y posesivo que empleó en mi espalda. Podía oír los latidos en su pecho como si un tambor amenizara una marcha. Su respiración lograba que su aliento llegara hasta mi garganta, haciéndome temblar por todo lo que para mí ese hombre significaba. Sabía que lo que sentía ya no tenía remedio y que por el resto de mi poco interesante vida lo único que se quedaría para siempre en mis recuerdos como lo más audaz y peligroso que he hecho serán estos momentos que le he robado al tiempo para compartir un momento de intimidad con mi hombre amado.No habría forma ni día de evitar que él estuviera pululando en mi mente con aquellas palabras salvajes y suaves que me dedicó en este corto tiempo. Lo mejor de todo es que presentía en mi corazón que Rick pensaba
SAMANTAAl día siguiente, luego de la oficina, Linda fue llegando a casa como si nada.—No pensé que tu tío esta vez se excediera tanto; el tipo de la entrada parece una montaña viviente —masculló mientras entrábamos a mi cuarto.—Está muy molesto. Será difícil salir de aquí sin que sepa a dónde voy.—Solo tengo que decirle algunas palabras y verás que nos dejará salir —se lanzó de espaldas a mi cama susurrando a modo de lamento aquellas palabras.Me recosté a su lado, curiosa.—¿Qué pasa entre ustedes, Linda? —Ella entrecerró los ojos y tragó con fuerza—. Dime que no te está lastimando…—Él… él no me ha lastimado, Sam. Yo misma soy quien se martiriza sintiendo lo que sien
SAMANTACuando llegamos a la empresa, el coche que nos seguía también se detuvo y un grupo de hombres vestidos de negro descendieron de él para seguirnos hasta la entrada de la compañía.—Louis —se dirigió a un hombre de un físico extraordinario, pero con canas que anunciaban que debía rondar los cincuenta—. Ella es Samanta, mi sobrina, y por quien debes preocuparte principalmente.—Buenos días, señorita —saludó el hombre.Por el enfado no devolví el gesto y solo caminé con prisa hasta entrar al edificio.Subimos al elevador.Al llegar a nuestro piso quise caminar en dirección a mi oficina, pero la voz de John me detuvo.—Trabajarás conmigo en mi oficina.—Pero… mis cosas…—Tus cosas ya las he mandado a mudar jun
Último capítulo