El tiempo se detuvo para los dos. Pasaron los días, pero nada cambió... sólo el peso del silencio.
Isabel evitaba mirar su móvil, el cual tenía una foto de Max y ella sonriendo con Alfonsina en brazos. Las llamadas, los mensajes, los audios de Max se acumulaban sin abrirse.
No quería escuchar su voz, no quería recordar lo que había pasado. Aunque era imposible pues, su hija le recordaba a diario de quien era hija con esos ojos azules.
Dormía poco, comía menos. Todo lo que ingresaba a su estómago terminaba en el baño. En el fondo sabía que lo amaba, pero también sabía que si lo perdonaba tan pronto, él nunca entendería cuánto la había herido.
Mientras tanto, en casa de Max, el ambiente era oscuro y pesado. Las cortinas seguían cerradas, el olor a alcohol impregnaba el aire y el silencio se rompía solo por el sonido de las copas vacías que caían al suelo. Max no había salido de su habitación en tres días, seguía con el mismo traje que se había puesto el día de los sucesos, la barba esta