79. El hijo del lobo
Hay momentos en que la justicia y la venganza usan el mismo rostro.
Sangre fría
El amanecer apenas despuntaba sobre la ciudad cuando Luca llegó al almacén de Via Cavour, una de las propiedades “olvidadas” del consorcio. Las paredes olían a humedad y aceite viejo; los pasos resonaban huecos en el piso de concreto. Los hombres de confianza ya lo esperaban, dispuestos en fila, con la tensión visible en los hombros.
Luca no había dormido. No lo necesitaba. La rabia y la desconfianza mantenían su mente tan despierta como el filo de una navaja.
--Cierren las puertas --ordenó con voz baja, pero firme.
El chirrido del portón metálico selló el lugar. En el aire flotaba un silencio espeso, cargado de miedo. Tres hombres estaban de pie frente a él: Rinaldi, Marco Leone y Tomasetti, todos veteranos del clan, hombres que habían servido tanto a Don Enzo como a él.
Luca los observó uno por uno, sin hablar. Su mirada bastaba para incomodar.
--Uno de ustedes sabía que los documentos fueron alterados -