El ruido de los flashes se mezclaba con las voces exaltadas en la sala de prensa. Afuera, Bogotá bullía como siempre, pero dentro de la empresa, las paredes parecían estrecharse. El debut de nuestra colección estaba a la vuelta de la esquina y, aun así, todo parecía tambalear.
Los últimos días habían sido un infierno. Documentos desaparecidos, bocetos filtrados a la competencia, rumores sobre retrasos en los proveedores… y ahora, un ataque directo a nuestra seguridad informática.
—Han borrado los archivos digitales de la colección —me dijo Lucía con el rostro desencajado mientras sostenía la laptop—. No están en ninguna copia de seguridad.
Sentí que la sangre se me helaba.
—Eso es imposible… los respaldos estaban protegidos con contraseñas que solo Alejandro y yo conocemos.
Lucía me miró con miedo.
—Entonces alguien dentro de la empresa lo hizo.
…
Alejandro reunió al equipo directivo esa misma tarde. Su rostro, normalmente sereno, estaba endurecido por la furia.
—Alguien está jugando