La noche después de la pasarela fue silenciosa.
Demasiado silenciosa.
Bogotá dormía bajo un cielo sin estrellas, y desde el ventanal de mi apartamento, las luces lejanas parecían reflejar un cansancio que no era solo mío.
Habíamos ganado. Eso decían todos.
Pero ganar, descubrí, no siempre se siente como pensaba.
La victoria tiene un sabor extraño cuando está hecha de ruinas.
El vestido Renacer ya era noticia en todas las revistas de moda.
“Una obra de arte con alma”, titulaban algunos.
“Un nuevo comienzo para Rivas Couture”, decían otros.
Y, sin embargo, yo seguía sintiendo el corazón inquieto, como si algo aún no estuviera resuelto.
A veces, la paz también asusta.
Tomé una copa de vino y caminé descalza hasta el balcón.
El viento nocturno traía ese olor a tierra húmeda que siempre llega después de la lluvia.
Cerré los ojos y respiré.
—No sabes cuánto me alegra verte, así —dijo una voz detrás de mí.
Me giré.
Era Alejandro, recostado contra el marco de la puerta, con la chaquet