Había pasado una semana desde la reunión con la junta, y aún me parecía irreal caminar por los pasillos de Rivas Couture sin sentir el peso de la incertidumbre sobre mis hombros.
Los saludos eran distintos: ya no había miradas de duda ni susurros a mis espaldas, solo respeto… y algo que se parecía a la esperanza.
La empresa estaba cambiando.
Y yo también.
El escándalo se había desvanecido poco a poco, tragado por el ciclo voraz de la prensa que siempre necesita una nueva víctima.
Sin embargo, algo en el aire seguía en pausa, como si el edificio entero contuviera la respiración esperando lo que vendría.
Alejandro había pasado los últimos días reorganizando la dirección creativa. Decidió abrir las puertas a nuevos diseñadores, jóvenes talentos con ideas frescas. Quería que Rivas Couture dejara de ser un apellido… y se convirtiera en un símbolo.
Esa mañana, él me citó en el taller principal.
Cuando llegué, el lugar estaba lleno de bocetos, telas, maniquíes y luz natural.
Era el mism