Los días posteriores a la confrontación con Carlos fueron un torbellino de emociones. La empresa parecía recuperar poco a poco la calma, aunque yo sabía que aquella tranquilidad era apenas un espejismo. Aun así, lo que más ocupaba mi mente no era la amenaza empresarial, sino la cercanía cada vez más intensa de Alejandro.
Habíamos pasado largas jornadas juntos, revisando documentos, protegiendo la información y elaborando nuevas estrategias para la colección. Pero detrás de esas reuniones cargadas de papeles y decisiones, había miradas, silencios y gestos que hablaban de otra cosa, algo que ninguno de los dos se atrevía a confesar en voz alta.
Una noche, mientras revisábamos unos planos en su oficina, noté que Alejandro me observaba con una atención distinta. No era el jefe exigente ni el empresario firme; era un hombre que parecía debatirse entre el deber y un deseo que lo desbordaba.
—Isabella —dijo de pronto, rompiendo el silencio—, ¿alguna vez has sentido que alguien llega a tu vid