Keith.
Salimos del auto y tuve que pagarle al señor, ya que, el idiotita de John olvidó su billetera en quién sabe dónde.
«Demasiado descuidado», pensé.
Si iba a un bar, para emborracharse, mínimo debía procurar no perder nada importante.
Pero bueno, "cada cabeza es un mundo".
El cielo nocturno estaba tan estrellado que me hubiera gustado hacer un campamento y contemplarlas cómo solía hacer con papá de niña.
Inhalé hondo e intenté no ponerme tan sentimental al pensar en mi padre.
―Esta es mi humilde morada, señorita. ―Habló John, vacilante.
Puse una cara de seriedad, y advertí que no era una pequeña casita, no... Para nada. Era todo lo contrario.
Era realmente, ingente.
De tamaño descomunal.
Grandes ventanales y que irradiaba una luz proveniente de su interior; un pequeño camino empedrado guiaba hasta la enorme puerta de cristal; un amplio jardín lleno de una gran diversidad de plantas ornamentales de ubicaban a los alrededores de tan ostentosa residencia.
Oh.Por.Dios.
Cuántos lujos d