7. Celos endemoniados

Lo que estaba sucediendo en aquella hacienda de verdad que no le gustaba en lo absoluto, si bien su relación con esa mujer nunca fue muy estrecha, lo que acababa de suceder en la cena era algo que no podía seguir permitiendo. Era la tía de Cecilia, sí, pero eso no le daba el jodido derecho de nada, además, en ningún momento había faltado a la memoria de su esposa.

Había tomado una decisión inalterable por el bienestar de su hija y, si Galilea era lo mejor que ella podía tener en esos momentos, no se la quietaría, era eso o enviarla a un internado en el extranjero.

Oteó el reloj en su muñeca, era pasada la media noche cuando se encontró exhausto y decidió por acabaría con aquel día, así que apagó la última luz encendida en el despacho y subió las escaleras.

Iba a entrar a la habitación de su hija como solía hacerlo cada noche que intentaba dormirla cuando un trémulo halo de luz dorada capturó su atención; provenía de la de ella.

No debería acercarse y mirar; lo sabía, pero al parecer n
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