6. ¡Este es el lugar de mi Cecilia!

Cristo no supo bajo que piedra meterse en ese momento; y aunque de verdad todo de él sabía que no era para nada correcto, no pudo apartar la vista de semejante mujer; Dios, jamás había visto pechos tan frondosos y simétricos como esos, en serio, no tenían demasiado volumen pero eran firmes y tiesos.

Segundos después, la muchacha reaccionó; tomó la toalla del piso y como se pudo se cubrió sus partes con las mejillas rosas, no, encendidas como caldera.

— Lo siento, la puerta… — intentó explicarse él, pero no encontró palabras, el corazón le palpitaba como un loco y era creciente erección ni se diga.

Cerró brusco, molesto, con ella, consigo mismo… ¿por qué diablos había dejado la puerta abierta? Maldita sea, por esa casa se movía un tropel de hombre que trabajaban para él y pudo ser uno de ellos en verla.

No, la sola idea, sin saber por qué, le fastidió muchísimo.

Hecho la furia que solía ser cuando algo lo sacaba de quicio, bajó a la cocina, se refrescó con un vaso de agua helada y pidi
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