40. Estoy aquí, preciosa

Más tarde de esa oscura y terrible noche, el doctor ya había tomado su pulso, escuchado el latir de su corazón y revisado sus pupilas.

Todo parecía indicar que el veneno no había llegado demasiado lejos, por suerte.

— ¿Cómo está doctor? — le preguntó él, al fin, sin poder contenerse un segundo más. La angustia era más grande que él, se había apoderado firmemente de su cuerpo y no lo dejaría en paz hasta saber que su ninfa de fuego estaba fuera de peligro.

— Desconozco hasta donde ha podido llegar el veneno, pero fue muy responsable e inteligente de su parte administrarle el antídoto, de lo contrario, ahora… — un silencio que hizo que el pecho del brasileño se estrujara de forma dolorosa.

— Dígame que es lo más recomendable hacer por ahora, doctor. ¿Deberíamos trasladarla a río? Tengo un helicóptero disponible para despegar — dijo desde su posición, casi inmóvil, aunque atento a esa mujer que le había robado hasta la última gota de raciocinio, pero que muy poco eso le importaba. Todo d
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