34. Un coctel de celos y una pelirroja borracha

El resto de ese día no volvieron a verse, aunque lo desearan con desespero a cada segundo.

Para la tarde, Salomé ya estaba más que lista con un precioso vestidito de verano color limón que resaltaban sus ojos bicolores. La pequeña se miró al espejo más que encantada con la elección, su cabello largo y rubio caía como una cascada de oro y dos trencitas que se entrelazaban en la coronilla de su cabeza con adornos de maripositas que la hacían lucir como sacada de un cuento.

De pronto, un par de toquecitos en la puerta la hizo alzar la vista. Caterina asomó la cabeza con una sonrisa y luego ingresó. Estaba perfectamente pulida para la ocasión, un vestido largo con estampados y un peinado semi recogido.

— Buenas tardes, muchacha — saludó la mujer, acercándose — venía por mi nieta. Los invitados están llegando a la hacienda y están ansiosos por conocerla.

La pelirroja asintió sin problemas.

— Ve con tu abuela, cariño — le pidió a la pequeña, quien dudó un par de segundos pero al final termi
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