33. Chispas de deseo

Ese delicioso aroma llegó a su nariz cuando alzó la vista. No la había podido sacar de su cabeza ni un solo segundo, tal parecía que evocarla había surtido bastante efecto.

La pelirroja sintió esa mirada abrasadora sobre sí; se giró automática.

— Buenos días — musitó él, acababa de llegar de las caballerizas. Esa mañana había despertado bien temprano, más de lo que acostumbraba.

— Buenos días — respondió ella, siendo jodidamente bella.

Después del encuentro que tuvieron la noche anterior, las chispas entre ellos seguían brincando de puro deseo; era algo inevitable. El brasileño no podía concebir el día sin verla y la pelirroja añoraba despertar para también hacerlo.

Pasaron el uno al lado del otro. Ella iba a buscar a la niña al salón donde recibía sus clases y él se dirigía a su despacho; sin poder contenerse, miró sus labios. Maldición, se le antojaban muchísimo esa mañana, no, se le antojaban todo el día y eso no era precisamente algo que pudiese controlar, no cuando ella lo eclips
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