El cambio para Camila fue sutil al principio. Apenas perceptible para quien seguía encargándose de las mismas cosas en la casa.
Pero Camila, que había aprendido a notar las pequeñas variaciones en los gestos de los demás, lo sintió como una ola silenciosa que se extendía por toda la casa.
Desde el día en que firmaron el acta de matrimonio, algo había cambiado. No entre ella y Leonardo en términos de cercanía, sino en el modo en que los demás la miraban. Marta, siempre cálida y cercana, ahora la trataba con una deferencia distinta. Le ofrecía todo antes de que lo pidiera, evitaba corregirla incluso en los detalles más triviales, y se refería a ella como «la señora» delante de los empleados.
—¿Quiere que le lleve el té al salón, señora? —preguntó una mañana una de las