La tarde se cernía sobre la finca, bañando cada rincón con una luz dorada y cálida. Las cortinas del salón se mecían suavemente con la brisa, y el aroma a café recién hecho llenaba el ambiente. Sin embargo, a pesar del escenario idílico, el ambiente estaba cargado de una tensión sutil, como si las paredes mismas contuvieran un susurro de incertidumbre.
Camila estaba sentada en el borde del sofá del salón, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas, la mirada perdida en la ventana. Afuera, los árboles se balanceaban al compás del viento, sus hojas susurrando secretos al aire. Pero ella no escuchaba nada. Su mente estaba atrapada en un bucle de pensamientos que no la dejaban respirar, mientas sus dedos pasaban sobre sus labios, recordando el beso que Leonardo le había dado luego de decirle que la amaba.
Leonardo la observaba desde su silla de ruedas,