El sol de la tarde descendía lentamente, tiñendo el cielo de un tono dorado que bañaba la finca con una luz cálida y suave. Los rayos atravesaban las copas de los árboles, creando patrones danzantes sobre el césped. En el aire flotaba el aroma a hierba recién cortada y flores frescas, componiendo un ambiente de calma que parecía haberse instalado solo para ellos.
En medio del jardín, Camila estaba sentada en una manta extendida, con un libro abierto sobre sus piernas. Pero sus ojos no seguían las líneas impresas. En lugar de eso, su mirada vagaba constantemente hacia Leonardo, quien estaba unos metros más allá, sentado en su silla de ruedas con Leonora acurrucada en sus brazos.
Leonora dormía profundamente, con sus pequeñas manos aferradas a la tela de la camisa de su padre. Sus mejillas rosadas y regordetas se aplastaban suavemente contra el pecho de Leonardo, quien la sostenía con una ternura tan inesperada como conmovedora.
Leonardo tenía la mirada fija en el horizonte. Sus ojos os