En la sala de su departamento, Estefanía miraba el teléfono en su mano. La persistente idea de llamar a su jefe para preguntarle cómo había resultado todo la tenía paralizada, incapaz de usar sus energías en algo más. Había ropa que lavar, una cena que preparar, polvo que sacudir, libros que ordenar, pero ella seguía mirando el teléfono.
Salió del estancamiento y marcó su número. Dio un suspiro de alivio al oír su voz. Unos milisegundos después, pensó que habría sido más prudente escribirle un mensaje.
—Hola, jefe. Después de lo de esta tarde he estado muy preocupada y quería saber si estaba bien.
—Afortunadamente llegué a tiempo y Sheily está bien. La mujer que la acosaba ya no será problema para nadie.
Ella quería saber de él, no de la tal Sheily, que tan problemática había resultado.
—Y usted, ¿cómo está usted?
Él no contestó de inmediato y, sin saber por qué, las palpitaciones de Estefanía aumentaron.
—Cansado. Hambriento. ¿Ya cenaste?
—No, todavía no —respondió, d