El aroma de las especias impregnaba la cocina mientras Clara removía con delicadeza el guiso que preparaba para la cena. A través de la ventana, los últimos rayos del sol teñían el cielo de tonos anaranjados, anunciando el final de otro día en la mansión Delacroix. Sophia, sentada en un rincón de la cocina, jugaba silenciosamente con una muñeca de trapo que Clara le había confeccionado la semana anterior.
—Parece que te has adaptado perfectamente a tu papel de institutriz y cocinera —dijo una voz a sus espaldas.
Clara se sobresaltó, derramando unas gotas del caldo sobre el fogón. Victor Delacroix se encontraba apoyado en el marco de la puerta, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Llevaba el cabello ligeramente despeinado y la camisa entreabierta, como si acabara de regresar de una cabalgata.
—Lord Victor, no le escuché entrar —respondió