El amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación de Clara cuando abrió los ojos. Había dormido apenas unas horas, atormentada por pesadillas donde su identidad era revelada frente a toda la familia Delacroix. En sus sueños, Adrian la miraba con desprecio mientras la señalaba: "Impostora". Se incorporó en la cama, con la respiración agitada y el cabello pegado a la frente por el sudor.
Tres semanas habían pasado desde el baile de invierno, y Clara sentía que las paredes de la mansión Delacroix se estrechaban a su alrededor. La sensación de ser observada la perseguía constantemente, como una sombra que se alargaba con el atardecer.
Se levantó y caminó hacia la ventana. El jardín estaba tranquilo, pero ella no podía evitar buscar figuras escondidas entre los arbustos. ¿Acaso se estaba volviendo loca? ¿O realmente alguien la vigilaba?
—Estás siendo paranoica, Evelyn —se dijo a sí misma en un susurro, para luego corregirse con amargura—. Clara. Eres Clara ahora.
Mientras se vestía,