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El silencio que siguió a la aparición de Edward Harlow era el tipo de quietud que precedía a las tormentas. Clara podía sentirlo presionando contra su piel, espeso y cargado de electricidad que hacía que cada nervio en su cuerpo gritara peligro.

Edward dio otro paso cojeante hacia el centro del salón. El bastón golpeaba contra el suelo de mármol con ritmo que sonaba obscenamente fuerte en el silencio. Nadie se movía. Nadie respiraba.

—Quizás debería empezar por el principio —dijo Edward, su voz arrastrando el acento del norte de Francia que Clara había amado cuando eran jóvenes—. Para aquellos que no me conocen.

Se detuvo, apoyándose pesadamente en el bastón. Clara podía

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