El aire frío de la madrugada se colaba por las ventanas abiertas de la oficina de Luca, donde él se sentaba en silencio, rodeado de papeles y documentos que apenas había tocado. Había pasado días planeando cada movimiento, cada decisión. Pero, por primera vez, el peso de sus elecciones no recaía en sus enemigos ni en sus negocios, sino en Bianca.
—No puedo seguir arrastrándola a esto —murmuró, más para sí mismo que para Marco, quien estaba parado cerca, observando a su jefe con una preocupación silenciosa.
—Sabes que ella eligió estar contigo, Luca. Bianca no es una mujer débil —respondió Marco con cautela.
Luca negó con la cabeza, apretando los puños.
—Eso no significa que deba seguir permitiéndolo. Mi mundo la está destruyendo, y si algo le pasa...
Marco no respondió. Sabía que Luca había tomado una decisión y que nadie podría hacerlo cambiar de opinión.
Mientras tanto, Bianca caminaba inquieta por la terraza de la mansión de su familia. Habían pasado días desde que Luca empezó a di