La atmósfera en el apartamento era pesada, como si el aire estuviera cargado de palabras no dichas y emociones contenidas. Bianca miraba por la ventana, observando cómo las luces de Milán parpadeaban en la distancia. Desde que había regresado de París, su mente no había encontrado descanso. Aunque amaba a Luca con todo su ser, las sombras que lo rodeaban parecían imposibles de disipar.
Luca entró al salón, con su camisa aún desabrochada tras un día lidiando con los restos de su organización. La mirada cansada en sus ojos era un reflejo del peso que llevaba sobre sus hombros. Se detuvo al verla, notando la tensión en su postura.
—¿Qué ocurre? —preguntó en voz baja, aunque ya intuía la respuesta.