05. Cueva de serpientes
Kala dio un paso al frente, pero la mano de Livia le impidió avanzar. Ella sonrió con educación, aunque no sentía el más mínimo afecto por esa gente. No iba a echar por tierra sus buenos modales. Ella no era una bastarda. Tuvo madre y tenía un padre que la adoraba como a la vida misma. Así que, lo que dijeran ahí, no iba a perturbarla.
—Señores, no esperé tan cordial bienvenida —dijo, mirando fijamente al hombre rubio parado como estatua en el marco de la puerta. Tenía los ojos verdes como ella, hasta compartían el mismo tono de piel.
No había necesidad que se lo dijeran, Livia lo supo. Supo que estaba delante de su donador.
—Bienvenida a casa —saludó otro hombre, una versión más joven de Allan Collin. Tal vez su hermano, quizá su hijo.
—Permítame presentarla, señorita Ridley —intervino el abogado con cierto nerviosismo—. Él es el señor Anthony Collin, su tío —expresó.
Livia observó al hombre acercarse, había cierta cautela en sus movimientos, como si fuera un