30. Quédate
30. Quédate
Knox lo dudó, dejó los girasoles sobre el capó del auto y se arrodilló sobre el sucio suelo para recibir a su hija entre sus brazos. No tenía palabras para expresar lo que sentía en ese momento. Era igual a la primera vez que la abrazó, pero la fuerza del sentimiento era mayor.
Escucharla gritar “papito” era más de lo que había esperado en este encuentro. Todos sus miedos desaparecieron por arte de magia. Los pequeños brazos de Nikki alrededor de su cuello borraban todos los años de separación, todo el dolor que sufrió. Cada noche que añoraba abrazarla.
Todo desapareció. Nikki era su cura a la soledad.
—Mi niña, mi hermosa princesa —musitó entre lágrimas. Knox no quiso ocultarlas y las dejó libres como el viento.
—Viniste, papito, por fin —dijo Nikki. Su voz era una mezcla de alegría y llanto que rompió el corazón de Nova.
La culpa fue tan aplastante que sintió náuseas. Había privado a su hija de esto, del amor y de las atenciones de su padre. Nova dio un paso al frente y