Nova miró la hora en su viejo reloj de pulsera; estaba llegando tarde al trabajo. Se sentía cansada, pero no tenía otra opción. Habían pasado cuatro semanas desde la última vez que vio a Knox Ridley luego de dejarla abandonada en la puerta de la clínica para que perdiera a su bebé.
Tenía que admitir que, por un loco momento, la idea la tentó. Si terminaba con el embarazo, podía continuar con su vida, seguir sus estudios y tener mejores oportunidades, pero bastó con poner un pie dentro de la clínica para darse cuenta de que no era capaz de hacerlo.
¡Ella no era una asesina! Y la criatura en su vientre era inocente.
Distraídamente, acarició su vientre de ahora doce semanas. La curva empezaba a marcarse en su desgarbado cuerpo. Parecía más un costal de huesos que una mujer embarazada.
Con un sonoro suspiro, cruzó la calle sin darse cuenta de que el semáforo había cambiado de color. Distraída, como había estado durante los últimos días, casi terminó siendo atropellada por un lujoso auto.
El coche no alcanzó a tocarla, pero la impresión la hizo caer. Se sentía tan débil como un bebé. ¿Qué clase de madre sería?
—Señorita, señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó el hombre. Un tipo bien presentado de aproximadamente cuarenta y tantos años. Con unos ojos negros como el carbón que inevitablemente le recordaron a Knox Ridley.
—Estoy bien, solo ha sido el susto —respondió, aceptando la ayuda de aquel desconocido.
—¡Estás embarazada! —gritó alarmado.
Nova se mordió el labio y asintió.
—Te llevaré a un hospital —dijo, apartándola de la carretera cuando el claxon de los autos se escuchó.
—No, no es necesario —protestó, la hora se le estaba yendo como agua entre los dedos y no podía darse el lujo de perder ni un solo centavo. Pagar alquiler, luz, gas y comida no era sencillo con su puesto en el restaurante, pese al arduo trabajo que hacía.
En su estado, solo pudo aspirar al puesto de lavaplatos.
—Sé que no nos conocemos, pero por el bien de tu bebé, por favor, acepta que un médico te vea —pidió el hombre.
Seguía siendo un desconocido y ella no estaba interesada en saber nada de él, pero cuando un ligero dolor le atravesó la pelvis, no dudó en aceptar y subió a su auto.
La estadística de personas desaparecidas por irse con personas desconocidas pasó por su mente, pero ya era tarde. El hombre ya conducía y estaba a su merced.
Para su fortuna, no era un delincuente o un asesino en serie. Tal como le prometió, la llevó al hospital. Uno de esos a los que ella ni siquiera podía aspirar a pagar ni en sus mejores sueños.
—¿Es usted familiar de la paciente? —preguntó el médico de turno.
Nova miró al doctor como si al tipo le hubieran salido dos cabezas. ¿De verdad hacía esa pregunta tan estúpida? Solo tenía que verla para saber que no tenían ninguna relación familiar. Mientras el desconocido era fino y elegante como esos actores de televisión, ella era lo más cercano a una pordiosera.
Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarse a reír y no de gracia, sino de impotencia.
—Somos amigos —respondió finalmente el hombre.
El doctor elevó una ceja y Nova de nuevo adivinó por dónde iban sus pensamientos.
—¿Es usted el padre de la criatura? —cuestionó el médico. Aunque su tono era profesional, Nova estaba segura de que lo hacía por curiosidad.
—No. Encontré a la joven por casualidad, casi la atropello y quise asegurarme que tanto ella como su bebé, se encuentren bien.
El galeno asintió; si tenía otro comentario, hizo bien en guardárselo. Se limitó a revisar a Nova y, unos minutos más tarde, le extendió una larga receta que jamás iba a comprar.
Se necesitaba dinero y ella no lo tenía.
Una hora más tarde, salió de la clínica con una larga lista de cuidados, medicamentos y vergüenza.
—No era necesario que pagara por todo esto —musitó cuando estuvo dentro del coche —. Ni trabajando día y noche podré pagarle —añadió, señalando la bolsa sobre sus piernas.
—Es que nadie te está cobrando, Nova, ¿verdad?
Ella asintió.
—¿A dónde quieres que te lleve? —preguntó, colocándose el cinturón de seguridad.
Nova no sabía qué responder. Ir al trabajo sería una pérdida de tiempo, no iban a recibirla, sobre todo, porque ni siquiera avisó que no podía llegar. ¿A casa? Tampoco quería estar mucho tiempo encerrada, no hacía otra cosa que pensar en Knox y en su crueldad.
El silencio se hizo denso y extenso durante varios minutos en los que el auto estuvo dando vueltas en círculos por la manzana, hasta que, finalmente, el hombre decidió llevarla a su lugar de trabajo.
—¿A dónde vamos? —preguntó y Nova sintió un déjà vu.
—A comer, te hace falta, muchacha. Estás en los puros huesos —respondió.
Nova podía tomarse esas palabras como un insulto, pero, la realidad, lo que sentía era vergüenza. Ese hombre tenía toda la maldita razón; su aspecto era lamentable.
—Por cierto, me llamo Aiden —dijo, con una ligera sonrisa en los labios que Nova no correspondió.
Sin embargo, encontrarse con Aiden fue lo mejor que le pudo suceder. El hombre le ofreció un trabajo como mesera en su restaurante y un sueldo que le permitía cubrir todos sus gastos y hasta le sobraba para ahorrar, dándole el respiro que tanto necesitaba.
Se recomendó con su trabajo, sus compañeros le tenían consideración debido a su estado y, con cuatro meses de embarazo, finalmente veía una luz al final de aquel oscuro camino.
O es lo que ella creía.
Aquella mañana se preparó para ir al trabajo como todos los días, echó un vistazo a su viejo reloj, iba con tiempo para comprarse el pastel que había visto el día anterior en la vitrina del local que quedaba a unas cuadras del restaurante.
Quizá pediría un té y se sentaría a comer. Era un pequeño antojo, un lujo que hasta hoy podía darse.
Una sonrisa se dibujó en su rostro y, por primera vez, se sintió feliz, con esperanzas. Entonces, no tenía idea de que todo eso que tenía, podía derrumbarse.
Una hora más tarde, Nova llegó a la cocina del restaurante, miró el trozo de pastel que le había comprado a Aiden, su única manera de agradecerle por todo lo que había hecho por ella y sonrió.
—¿El señor Aiden llegó? —preguntó a Luis, uno de sus compañeros.
—Sí, llegó hace unos minutos, pero…
Nova no esperó a que Luis terminara de hablar, caminó por el pasillo hasta subir las escaleras. Tenía toda la buena intención de llamar a la puerta, pero una voz que ella creyó que no volvería a escuchar la congeló en su lugar.
—No quería irme sin decirte lo que está pasando. Sé que las cosas con Axel no están yendo bien, pero Livia es ajena a nuestros roces como familia. Además, todo apunta a que mi madre es la responsable del accidente.
Nova dio un paso atrás y luego otro. Las manos le temblaron con violencia y la pequeña caja con el trozo de pastel terminó estrellándose en el piso.
—Viajaré a Houston, es tu decisión si quieres venir, papá…
Nova se cubrió la boca con las manos para callar el grito que amenazó con salir de su boca mientras su cuerpo se tambaleaba. ¿Aiden era el padre de Knox?