Nova se sintió desorientada, miró el lujoso edificio donde vivía su mejor amiga. No podía creer que, en cuestión de horas, lo había perdido todo. Ilusamente, pensó que encontraría apoyo en Abril, pero… se había equivocado estrepitosamente. Un ligero mareo le llegó. Fue tan repentino que tuvo que sostenerse a la pared.
—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó el guardia de seguridad del edificio. Era un hombre mayor, de rostro amable y se veía realmente preocupado.
Ella solo lo observó. Estaba lejos de sentirse bien, realmente ya no sabía ni cómo se sentía, era como si un vacío se abriera dentro de su pecho y quisiera tragársela entera.
—¿Puedo usar el baño? —preguntó, señalando la puerta detrás del amable hombre.
—Por supuesto, pase —respondió él, moviéndose para dejarla pasar.
Nova se cambió de ropa con prisa, miró su mano, tenía veinte dólares y debía pensar qué hacer con ellos. Podía comprar algo de comida o podía llamar a Knox y rogarle que la escuchara. No por ella, sino por el bebé. Tal vez, debería tener un poco de orgullo, pero estaba sola.
Con más miedos que deseos, salió del baño. Agradeció al hombre y se retiró del edificio. El sol alumbraba en su máximo esplendor, quemando la piel de Nova mientras caminaba al parque más cercano.
Por un momento, estuvo tentada de ir y buscar a Garrett en el edificio donde vivía, pero al recordar la mirada de aquel hombre que le abrió la puerta, sus intenciones murieron.
Era sábado y a esa hora, los padres acudían con sus hijos a los juegos. Se preguntó si un día tendría esa misma oportunidad, si su bebé iba a sobrevivir a todo lo que estaba por venir. Ni siquiera sabía si ella misma lo conseguiría.
Ser acercó a una heladería para comprarse un helado y tener monedas para poder llamar. Sin embargo, decidirse le llevó varios minutos, hasta que al fin se armó de valor. Caminó hasta un teléfono público y marcó el número de Knox.
El aparato sonó varias veces, pero Knox no atendió la llamada. Lo intentó una, dos, tres veces y no hubo respuesta. Lo intentó una cuarta vez, prometiéndose que no insistía si no contestaba. Para su suerte o para su desgracia, escuchó la voz de Knox al otro lado de la línea.
—Aló
Su voz era ronca, pastosa, como si se hubiese emborrachado.
—Aló —replicó ante el silencio de Nova—. ¡No estoy para sus malditos juegos, si no van a contestar, no molesten! —vociferó con enojo.
—¿Po-podemos vernos? —preguntó ella, sin decir su nombre, no hacía falta, sabía que Knox reconocería su voz y no se equivocó.
—¿Dónde estás? —le preguntó con brusquedad.
—Estoy en el parque Yanaguana Garden at Hemisfair —musitó. Una opresión le aplastaba el pecho cuando un nuevo silencio se instaló en la línea.
Nova esperó lo que le pareció, una eternidad, prendida al teléfono. Tiempo en el que tuvo intenciones de colgar, pero ya había llamado.
—Voy para allá —respondió finalmente y, sin esperar alguna respuesta, colgó.
Nova caminó hasta la banqueta, se abrazó a sí misma y se sentó. Clavó la mirada en el horizonte y dejó escapar un suspiro. Sabía que el embarazo le cambiaría la vida, pero nunca imaginó el caos en el que se convertiría.
Ahora, estaba agotando la última oportunidad con Knox, quizá con algunas horas él haya pensado mejor las cosas y le dejara explicarse. Justificar la mentira de su padre y…
Sus pensamientos fueron rotos cuando la lujosa camioneta de Knox se detuvo en la distancia.
Nova se puso de pie tan pronto como lo vio descender del auto con esa aura arrolladora, se veía tan majestuoso y tan inalcanzable, aun en este momento, seguía pensando en que fue lo que le atrajo de ella. Knox la había elegido por encima de chicas hermosas y millonarias.
Chicas a las que no podría dejar fácilmente por el simple hecho de que pertenecían a su mismo círculo social. Era una triste, pero dolorosa verdad.
—Viniste —murmuró, apenas se le acercó.
La mirada que Knox le dedicó era capaz de competir con el mismísimo ártico.
—Me llamaste —se limitó a decir.
Ella asintió, de repente eran como dos desconocidos. La distancia emocional parecía insalvable.
—Yo…
—Ni siquiera sé por qué estoy aquí —la interrumpió él, acomodándose el cuello de la camisa.
Su aliento era una mezcla de alcohol y menta que le hizo arrugar la nariz.
—Estuviste bebiendo —no era una pregunta, pero se arrepintió al mencionarlo.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —preguntó, ignorando sus palabras.
Nova suspiró.
—Mi padre se ha enterado de mi embarazo y prácticamente hui de casa. No puedo regresar —dijo, sentándose de nuevo en la dura banca de metal—. Abril tampoco puede ayudarme, así que…
—¿Y qué te hace pensar que yo lo haré? —preguntó con crueldad.
—Es tu hijo, Knox —musitó.
Él se tensó como la maldita cuerda de un violín. La sangre le hervía cada vez que escuchaba decirle que el bebé era suyo. Pero no iba a discutir más con ella, no iba a darle ninguna otra oportunidad de mirarle la cara, como lo hizo ayer, no una, sino dos veces.
—Bien, entonces, acompáñame, Nova —pidió. Su tono era tan frío que el corazón de la muchacha casi se congeló.
No había rastro de emoción en el rostro de Knox, como si el hombre de quien ella se enamoró, no existiera.
Un vacío se le abrió en la boca del estómago y sus alarmas se dispararon dentro de su cabeza; aun así, quiso confiar en Knox.
—¿A dónde me llevarás? —preguntó con la voz temblorosa.
—Ya lo verás —respondió con simpleza.
La tomó del brazo y la llevó hasta su camioneta.
—Sube —le ordenó, abriendo la puerta.
Atrapada entre el cuerpo de Knox y el auto, no le quedó más opciones que obedecer.
Él bordeó el auto, caminó con rapidez haciendo notar la tensión y rigidez de sus hombros, subió y le puso seguro a las puertas, como si temiese que ella fuera a lanzarse en cualquier momento.
El silencio del viaje fue roto por Nova, nerviosa, decidió aprovechar el momento. Ninguno de los dos podía escapar estando el auto en marcha.
—Hablemos —pidió.
Las manos de Knox se apretaron sobre el volante hasta perder el color, pero permaneció callado.
—Escúchame, Knox. Hay algo que tienes que saber sobre Garrett —musitó, aferrándose al sillón—. ¡Vas a matarnos! —gritó cuando él aceleró.
—No quiero saber nada de Garrett, ni de ti —gruñó con rabia contenida.
—Tienes que escucharme, por favor —suplicó—. Todo tiene una explicación, te lo juro. Mi padre te ha mentido —agregó con desesperación, siendo ignorada olímpicamente.
Knox tomó la última curva de la carretera, entrando a un área de clínicas. Un nudo se instaló en su garganta y el vacío en su estómago se hizo más grande.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó con terror mientras leía los letreros y se desabrochaba el cinturón de seguridad.
—Baja —ordenó Knox con una frialdad que desgarró el corazón de Nova.
—¡Por favor, respóndeme! —exigió bajando del auto, deteniéndose delante de él.
Knox la tomó del brazo de nuevo, se inclinó sobre su rostro hasta rozar sus narices.
—Te haré un favor —respondió al fin con un brillo mortal en los ojos.
Sin apartar la mirada, sin un ápice de compasión en sus profundos ojos negros, Knox pronunció las palabras que destrozaron a Nova Lexington.
—Te hice una cita para que interrumpas el embarazo, eso es todo lo que puedo hacer por ti…