La noche caía sobre la mansión, y Caroline estaba sola en su habitación, contemplando el reflejo de su rostro en el espejo. Cada línea, cada sombra bajo los ojos, parecía recordar años de sacrificio y silencios forzados. Pero había un recuerdo que siempre volvía, punzante y exacto, aquel que Leonardo jamás olvidaría.
Lo había dicho más de una vez, con la frialdad de quien pronuncia un veredicto: - "Nunca fui el primero, y por eso siempre te miraré con desconfianza". Caroline cerró los ojos y revivió la noche en que él pronunció esas palabras por primera vez. No tenían ni un mes de casados, ella intentaba complacerlo, llevar la fiesta en paz, intentar que funcionara lo que empezó con imposición. Leonardo lo había dicho a manera de reproche, un recordatorio silencioso de que su pasado, algo que ella no podía cambiar, marcaría cada interacción futura entre ellos. Recordó también aquella vez, años atrás, cuando accidentalmente mencionó anécdotas con amigos del pasado que no debía, y él la fulminó con la mirada. El odio contenía un matiz que no había desaparecido, un rechazo absoluto hacia algo que ella jamás había controlado. Caroline comprendía, con un dolor punzante, que no importaba cuánto se sacrificara, nunca lograría borrar esa herida que Leonardo llevaba consigo; como si su valor como mujer se hubiera reducido por alguien que estuvo antes que él. Se sentó al borde de la cama, recordando las noches en que había intentado hablar, explicar lo que ocurrió, buscar cercanía. Siempre terminaba en silencio, con la sensación de que cualquier intento de acercamiento era inútil. La frialdad de Leonardo no era solo arrogancia, era desprecio, un juicio constante que la mantenía a raya, que convertía cada gesto, cada palabra, en una prueba que inevitablemente fallaba. En la penumbra de su habitación, Caroline sintió otra vez la humillación y la culpa que Leonardo lograba imponerle sin tocarla. Pero también percibió algo que no se había atrevido a admitir hasta entonces, un deseo creciente de escapar, de encontrar un lugar donde pudiera respirar sin miedo y sin juicios. Caroline solo se introdujo en la cama para intentar dormir; mañana podría ver a su “abuela”, y como siempre tendría ese pedacito de felicidad que le daba la mujer que la quería con devoción. A la mañana siguiente, avanzó por el pasillo de la casa de huéspedes de su padre. Cada paso sobre el piso de mármol resonaba en sus oídos, recordándole los años perdidos y los sacrificios impuestos por un matrimonio que pagaba todo lo que necesitaba Esperanza. Su mente estaba en mil lugares, la rutina, las exigencias de Leonardo, la sensación de que cada gesto era evaluado, cada palabra medida. Pero había alguien que aún podía hacerla sentir en casa, aunque la vida le hubiese arrancado casi todo, y era Esperanza, su Nana. Al entrar en la habitación donde siempre la esperaba, el aroma familiar de té y vainilla la envolvió. La enfermera encargada del cuidado de la anciana salió, dejando solas a ambas. Esperanza, pequeña y frágil, con el cabello ya completamente blanco, levantó la vista y sonrió. Esa sonrisa contenía toda la ternura que Caroline había añorado durante años, todo el cariño que nadie más podía darle. - "Caroline", dijo Esperanza, con la voz suave pero firme. "Llegaste justo a tiempo". Caroline se acercó lentamente, casi temiendo romper ese instante perfecto. Se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas, sintiendo la fragilidad de los años en cada dedo. - "Nana…", susurró Caroline. "Te extrañé más de lo que puedo decir". - "Yo también, querida", manifestó Esperanza, quien apretó sus manos con fuerza, como si quisiera transmitir toda la energía que aún le quedaba. "Te he visto crecer desde lejos, y aun así, me siento orgullosa de la mujer que eres". Caroline contuvo las lágrimas, un nudo en la garganta que no había logrado aflojar en años. Cada momento con Leonardo, cada reproche disfrazado de elogio, cada mirada que le recordaba que no era dueña de su vida, cada intimidad que parecía más un menosprecio que una entrega, se diluyó por un instante. Solo quedaba ella, su Nana, y la certeza de un amor incondicional que nadie podría arrebatar. - "Nana… ", dijo Caroline y tomó aire, apretando los labios. "Quisiera poder hacer más por ti, protegerte…". Esperanza sonrió débilmente, tocando el rostro de Caroline con cariño. - "Lo has hecho, cariño. Me has dado tu respeto, tu amor, incluso desde lejos. Eso es suficiente. Siempre ha sido suficiente", dijo la anciana. Caroline se recostó un momento sobre su regazo, respirando el aroma que le recordaba la infancia, los juegos, las risas que Leonardo y la mansión habían intentado borrar. Esta sería, sin saberlo, su última despedida consciente. Ninguna palabra lo revelaba, pero el tiempo, inevitable, no tardaría en reclamarla, unas semanas más y la dulce Esperanza dejaría este mundo, sin que lo pudieran preveer. - "Prométeme algo", dijo Esperanza suavemente. "No olvides quién eres, aunque el mundo intente decidir por ti". - "Lo prometo, Nana", respondió Caroline, con la voz temblorosa. "Lo prometo". Por un instante, la mansión desapareció, el control de Leonardo se desvaneció, y Caroline simplemente fue una niña junto a su Nana, aferrándose a los últimos pedazos de hogar y amor verdadero que le quedaban.