Una cálida oleada de sensaciones recorrió el cuerpo de Marisa . Durante unos instantes fue incapaz de pronunciar palabra, pues su mente se había llenado de imágenes de la noche que pasaron juntos... y de la promesa que había en la sugerente mirada de Stavros.
-¿Tienes dudas? -murmuró él.
Marisa cerró los ojos y volvió a abrirlos. La tentación de volver a estar con él, de disfrutar una vez más de la intimidad que compartieron era muy fuerte.
¿Llegaría a comprender alguna vez Leonidas cuánto deseaba estar con él?
-Sí -dijo sinceramente-, porque nunca sería una sola noche.
-¿Y eso qué tendría de malo?
Marisa no respondió. No podía.
-Stavros...
El corazón de Marisa se encogió al oír el ya familiar ronroneo de la voz de Angelie junto a ellos.
Como de costumbre, llevaba un vestido que realzaba sus exuberantes formas. El de aquel día hacia especialmente evidentes sus generosos pechos.
-Qué alegría encontrarte aquí, querido. ¿Qué tal te ha ido por Nueva York?
Leonidas no soltó la mano de Mar