Quería volver a sentir lo que ya había saboreado una vez... La virginal Marisa Lannier no sabía qué le había pasado para acabar acostándose con un completo desconocido. Pero la química sexual que había entre ellos era tan fuerte, que Marisa perdió la razón... ¡y se quedó embarazada! Su guapísimo amante resultó ser el magnate griego Leonidas Kantis. Al descubrir el secreto de Marisa, insistió en casarse con ella. Pero Marisa rechazó la oferta. Lo que Marisa no sospechaba era que Leonidas se había tomado su negativa como una especie de reto.
Leer más¡Marisa!
Una mujer delgada y casi idéntica a Marisa avanzó hacia ella en cuanto salió de la Terminal del aeropuerto de Sydney, y un instante después la abrazaba con entusiasmo.
¡Hey! -protestó Marisa con una sonrisa-. Sólo hace cinco meses que no nos vemos.
Las dos hermanas eran amigas incondicionales desde muy pequeñas y la muerte de sus padres diez años atrás había reforzado su unión. No existía ni nunca había existido rivalidad entre ellas, y ambas estaban seguras de que nunca la habría.
Ambas de poca estatura, pelo castaño claro y ojos marrones oscuros, su parecido era tal, que a veces las tomaban por gemelas.
Sin embargo Alice era la mayor de las dos, estaba divorciada y tenía un hijo.
Marisa tomó a su hermana por el brazo.
Salgamos de aquí.
Tras recoger el equipaje se sumaron al intenso tráfico de la ciudad en el coche de Alice.
Era magnífico estar de vuelta en el hogar, pensó Marisa , aunque lo cierto era que ella no tenía un hogar como tal. Durante los años anteriores había vivido en el campus de la universidad, donde estudiaba farmacia.
Movió los hombros para liberarlos de la tensión acumulada después de demasiadas noches sin dormir, transcurridas preparando los exámenes de fin de curso. También influía en su cansancio la falta de cafeína y algo más que no tenía nada que ver ni con los estudios ni con la falta de café.
¿No vas a contarme nada? -dijo Alice mientras conducía.
¿Por dónde empezar?, se preguntó Marisa. Aún iban a tardar un rato en llegar al norte de Manly y tal vez sería mejor que le diera la noticia a su hermana cuando estuvieran tranquilamente sentadas tomando un té.
Los exámenes han ido bien -dijo con cautela.
¿Y?
Me alegra estar de vuelta.
Alice la miró de reojo a la vez que detenía el coche ante un semáforo.
Estás pálida y pareces cansada.
Marisa sonrió débilmente.
Gracias. Es justo lo que necesitaba oír.
Nada que no pueda reparar una comida casera y una larga noche de sueño -dijo Alice en tono brioso acompañado de una sonrisa.
Alice era una madraza que se enorgullecía de su comida casera, sus galletas y su pan. Además cosía, tejía, iba a clases de cerámica, esculpía y pintaba. Pertenecía al comité escolar del colegio de su hijo, era presidenta de la asociación de padres y era una magnífica organizadora.
Ayudar a los demás se había convertido en la misión de su vida. Probablemente le compensaba por sus cinco años de matrimonio, durante los cuales su marido se dedicó a hacerle creer que no servía para nada.
Marisa contempló el familiar paisaje de la ciudad a través de la ventanilla del coche. Los edificios antiguos con sus ladrillos rojos se mezclaban con los modernos materiales de los más nuevos, y los típicos olores de la ciudad parecían realzados a causa del calor veraniego reinante.
Miró a su hermana.
¿Cómo está mi sobrino favorito?
Stavros está muy bien. Le va muy bien en el colegio y juega al fútbol y al tenis -dijo Alice con entusiasmo-. Además estudia piano y guitarra y ha empezado a tomar clases de artes marciales.
Alice creía a pies juntillas en la teoría de la mente ocupada y el cuerpo activo. Afortunadamente, su hijo era tan entusiasta como ella al respecto.
Estoy deseando verlo y pasar un buen rato con él.
Te advierto que tiene planes.
Oh, oh. No me digas que también hace puenting y cosas parecidas.
Alice suspiró y movió la cabeza.
Eso ni en broma.
El tráfico era más intenso en el puente del puerto y sólo empezó a despejarse cuando se acercaban a las zonas residenciales del norte, donde Marisa había nacido y se había criado, donde había sobresalido y había sobrevivido, donde había amado y había sido traicionada, sólo para resurgir como una joven fuerte y determinada, totalmente centrada en alcanzar su meta.
Excepto por un pequeño detalle que había tenido el poder de cambiar su vida para siempre.
La casa de Alice estaba situada en una calle con muchos árboles en las aceras. Por fuera era similar a las otras casas de la calle, pero el ambiente interior era realmente cálido y acogedor.
-¿Te apetece un té o un café, o prefieres algo frío? -preguntó Alice mientras entraban en la casa.
Un té estaría bien.
Marisa fue a dejar su equipaje en la habitación de invitados que solía ocupar durante sus vacaciones en la universidad. Tras refrescarse un poco, fue a reunirse con su hermana en la cocina.
Falta una hora para que tenga que ir a por Stavros al colegio -dijo Alice, que había preparado el té y había dejado un plato con galletas caseras en la mesa-. Así que, ya puedes empezar.
Marisa sabía que podía andarse por las ramas para retrasar lo inevitable, pero decidió que no tenía sentido hacerlo.
Estoy embarazada -dijo, y esperó con ansiedad la reacción de Alice, pues ésta conocía muy bien su punto de vista negativo respecto a la práctica del sexo antes del matrimonio.
Habían reído a menudo juntas hablando del tema, de los pros y los contras, de si merecía la pena preservarse para el hombre adecuado o no.
¿Y si el sexo resulta ser... peor de lo que esperabas? ¿Cómo podrás saberlo si no tienes nada con que compararlo?, solía bromear Alice.
A la ansiedad de Marisa se sumó un intenso sentimiento de vulnerabilidad. Todo lo que había creído hasta entonces había quedado abiertamente expuesto a la crítica.
Ya tenía suficiente con las autocríticas que se hacía a diario desde aquella fatídica noche.
Estoy embarazada? ¿Eso es todo? -preguntó Alice, anonadada.
Marisa cerró los ojos y volvió a abrirlos.
Supongo que debo darte más detalles.
Desde luego. Todos los detalles. Y no estaría mal que me anticiparas si debo felicitarte, consolarte, darte el pésame, o alegrarme contigo.
Darme el pésame -admitió Marisa, y no supo si reír o llorar.
La tarde fue muy ajetreada. Marisa hizo algunas llamadas, convenció sin dificultad a su hermana para que le echara una mano y pidió salir una hora antes del trabajo.Alice la estaba esperando cuando llegó al apartamento.-Tú ve a ducharte -dijo Alice en cuanto entraron-. Yo me ocupo de la mesa y de calentar la comida.Media hora más tarde, Marisa salió del baño maquillada, peinada y vestida con unos elegantes pantalones negros y una blusa de tirantes de seda.-Estás guapísima -dijo Alice-. Yo ya he acabado y será mejor que me vaya cuanto antes.-Gracias, hermanita -Marisa le dio un sonoro beso-. No lo habría logrado sin ti.Tenía cinco o diez minutos antes de que llegara Stavros. Un rápido vistazo a la mesa en el comedor le reveló que todo estaba en su sitio, incluyendo las velas de la mesa.Cuando oyó el sonido de la llave en la cerradura, respiró profundamente para calmar sus nervios.En cuanto entró, Leonidas se encaminó hacia ella, la rodeó con los brazos por la cintura y la besó
La noche que Stavros se quedó a dormir en el apartamento fue todo un éxito. Disfrutó viendo todos los artilugios electrónicos que tenía Stavros, cenó bien y, cuando Marisa le dijo que era hora de acostarse, no protestó.-¿Sin problemas? -preguntó Leonidas cuando Marisa volvió a sentarse junto a él en el sofá.-Ninguno.-Es obvio que tu sobrino te adora.-Y yo a él -respondió Marisa mientras se recostaba contra Stavros.El día que descubrió que Leonidas era el hermano de Cris había sido uno de los peores de su vida. Sin embargo, en aquellos momentos no quería ni imaginar pasar un día sin él.-Mi madre nos ha invitado a comer mañana.Marisa imaginó una nueva sesión de enfrentamiento con las matriarcas Kantis y miró a Stavros, que aguardaba su respuesta, expectante.-Será pan comido -dijo con una sonrisa.Y, para su sorpresa, así fue. Sofía se mostró muy cariñosa con ella, e incluso Milena logró contenerse durante la comida.No surgió el tema del matrimonio ni se mencionó la boda. Sin du
Marisa se quedó perpleja. ¿Un guardaespaldas?-Me contrató Leonidas Kantis -aclaró el hombre.En aquel momento, llegó Stavros, que detuvo su Mercedes junto al todoterreno.-Oficiales, Jake -dijo a modo de saludo. Luego tomó la mano de Marisa y se la llevó a los labios-. Marisa .-La señorita Lannier acaba de llegar -dijo el guardaespaldas.-¿Te importaría explicarme por qué necesito un guardaespaldas? -preguntó Marisa .Leonidas la miró un momento y luego se volvió hacia los oficiales.-¿Hace falta que nos quedemos?-Necesitaremos una declaración suya mañana, pero de momento pueden irse.-¿Te importa hacerte cargo del todoterreno, Jake?-Ya he avisado al taller.-Gracias.Leonidas condujo a Marisa hasta su coche y la ayudó a entrar. Luego ocupó su asiento tras el volante.-Más vale que empieces a darme algunas respuestas -dijo ella con el ceño fruncido.-Estoy seguro de que eres lo suficientemente lista como para haber sacado tus propias conclusiones. Sospechábamos que Angelie había
Durante el descanso del almuerzo comprobó que tenía dos mensajes en el móvil. Uno era de Stavros, diciendo que había surgido una reunión inesperada y que no volvería a casa hasta las siete. El otro de Alice. Quería saber si Stavros podía ir a quedarse con ella el miércoles por la noche.¡Lo había hecho! Conociendo a Alice como la conocía, Marisa supo que debía haber tenido que armarse de valor para aceptar la invitación de Craig. Sólo esperaba que el jefe de su hermana supiera ser paciente.El resto del día transcurrió agradablemente, pero a hacia las cinco de la tarde el corazón de Marisa se encogió al ver que Angelie entraba en la farmacia.Aquello no podía ser buena señal. ¿Qué podía querer aquella mujer excepto crear problemas?Al principio, Angelie pareció interesarse por la sección de productos de higiene personal. Luego, se detuvo en el mostrador de los preservativos, seleccionó varias cajas distintas y se acercó al mostrador.Una de las dependientas se había ido temprano y la
Leonidas entró en la habitación y miró a Marisa con expresión divertida. Aquella mujer era excepcional. Terrenal, leal, sincera, amorosa, sexy, sensual.., suya. Estaba seguro de que reaccionaría como una leona si alguien cuestionara la integridad de alguno de sus seres amados. Vestida con vaqueros, camiseta de algodón, el pelo sujeto en una cola de caballo y sin maquillaje, no parecía tener más de dieciséis años. Adoraba el sonido de su voz, su risa, el modo en que alzaba barbilla cuando estaba a punto de discutir. Y adoraba su modo de amar.-¿A qué venía todo eso? -preguntó cuando Marisa colgó.-Craig ha invitado a Alice a salir.Leonidas pasó un brazo por sus hombros y la atrajo hacia sí.-¿Y eso te disgusta?-Lo que me disgusta es que Alice no se atreve a aceptar.-¿Y qué piensas hacer al respecto?-¿Te importaría que Stavros viniera aquí a pasar una noche?-Claro que no. ¿Cuándo?-Esta semana. Si logro persuadir a Alice para que acepte la invitación, por supuesto.Leonidas inclinó
Sin embargo, el hecho de trasladarse al apartamento de Leonidas suponía toda una declaración. Tómate las cosas con calma, se dijo al sentir cómo se aceleraban los latidos de su corazón. El hecho de que se fuera a vivir con él no significaba que fueran a casarse. Sería libre para irse cuando quisiera.-¿Necesitas ayuda?Marisa se volvió con una sonrisa hacia su hermana.-Ya he terminado. He dejado algunas cosas en el armario y en el tocador.-Este siempre será tu cuarto -dijo Alice, y Marisa la abrazó.-Eres la mejor de las hermanas.-Lo mismo digo.-Te llamaré mañana por la tarde -Marisa sonrió traviesamente al añadir-: Así podrás ponerme al tanto de lo que ha pasado con Craig.-Sí, claro. ¿Acaso crees que va a pasar repentinamente de ser mi jefe a mi mejor amigo?-No lo subestimes.Salieron del cuarto cada una con una bolsa y Leonidas se hizo cargo de ambas cuando entraron al cuarto de estar.Había sido un día estupendo y así se lo hizo saber Marisa a Alice cuando ésta los acompañó a
Último capítulo