Eran las tres de la madrugada cuando Dante Moretti cruzó las puertas de la Mansión con paso silencioso pero firme. Aflojó el nudo de su corbata mientras recorría el pasillo principal, notando la quietud inusual que lo envolvía. La casa estaba completamente en silencio, como si todos sus rincones descansaran… menos uno.
Al llegar al salón principal, la penumbra le permitió ver una silueta familiar.
Allí, en uno de los grandes sofás de terciopelo gris, Alicia dormía profundamente. Tenía el cuerpo ligeramente encogido, los mechones oscuros sueltos cayéndole sobre el rostro, y varios informes esparcidos sobre su pecho. Un bolígrafo se deslizaba lentamente entre sus dedos, como si hubiera luchado por mantenerse despierta hasta que el cansancio la venció.
Dante se detuvo en seco al verla. Frunció el ceño.
—¿Qué demonios haces aquí? —murmuró para sí mismo, quitándose los zapatos con cuidado para no hacer ruido.
Se acercó despacio, observando con detalle cada gesto dormido de ella. Incluso en