Damian
La noche se extendía como un manto de tinta sobre la ciudad. Desde mi posición en lo alto del edificio, observaba las luces que parpadeaban como estrellas caídas, tan efímeras como las vidas que iluminaban. El viento frío acariciaba mi rostro, pero no sentía nada. Hacía siglos que el frío o el calor eran apenas sensaciones distantes, como recuerdos de una humanidad perdida.
Sin embargo, algo había cambiado. Algo ardía dentro de mí con una intensidad que no recordaba haber experimentado jamás.
Eva.
Su nombre resonaba en mi mente como un eco interminable. La había observado dormir antes de salir, su respiración acompasada, su cabello esparcido sobre la almohada como un halo oscuro. Incluso en sueños, su ceño se fruncía ligeramente, como si ni siquiera allí encontrara paz.
Paz. Qué concepto tan ajeno para ambos.
Cerré los ojos y dejé que su esencia me invadiera. Podía sentirla incluso a distancia, como un hilo invisible que nos conectaba. Su alma vibraba con una frecuencia única,