Damián
Nunca fui bueno para mostrar mis cartas, para abrir esa puerta que lleva a mis secretos. Pero ella… Eva, con esa mirada que no se conforma con la superficie, logró abrir esa puerta a golpes, a preguntas que yo mismo me negaba a responder.
Estábamos en el salón, la luz tenue del atardecer colándose por las cortinas, dibujando sombras alargadas en el suelo. Ella estaba sentada frente a mí, con esa mezcla de curiosidad y cautela que me hizo decidir que era hora de bajar el muro, aunque fuera solo un poco.
—Damián —empezó con suavidad, como si tocara una cuerda delicada—, dime… ¿quién eres cuando nadie te mira?
El silencio se instaló entre nosotros, pesado, denso. Podía sentir su mirada clavada en mí, pero también su paciencia, esa que no esperaba un muro, sino una respuesta.
Di un suspiro profundo, dejando que el peso de mis años pasados saliera a flote.
—No soy el hombre que ves ahora —empecé, con voz baja—. Hubo un tiempo en que creí que el poder era todo, que era la única forma