Eva
Nunca imaginé que una casa pudiera sentirse tan viva y a la vez tan llena de secretos. La mansión de Damián era un laberinto de pasillos interminables y puertas cerradas que parecían susurrar historias prohibidas. Después de la última conversación con él, la necesidad de entender, de saber qué se ocultaba detrás de esa mirada fría y esos silencios, se volvió insoportable.
Me levanté temprano, cuando el sol apenas se colaba entre las cortinas de terciopelo negro, y decidí que ya no podía quedarme sentada esperando respuestas. Caminé con paso firme, mis tacones resonando en el mármol helado. Cada rincón parecía diseñado para recordarme que estaba atrapada en un palacio dorado con barrotes invisibles.
El aire tenía ese aroma mezcla de madera vieja y algo metálico, como si las paredes mismas guardaran sangre y polvo. Llegué a una biblioteca imponente, con estanterías que alcanzaban el techo, repletas de libros antiguos y pergaminos. Me llamó la atención un diario con tapa de cuero des