90. Heridas del corazón

Emilia extendió una mano, temblorosa.

—Hijo… yo… yo traté… —ella intentó justificar su secreto.

—¿Tratar qué? —interrumpió él, con una risa amarga que no tenía humor —¿Tratar de protegerme? ¿O protegerte a ti misma? Porque perdona si suena insensible, madre, pero aquí solo hay una persona que vivió engañada y esa persona… soy yo —escupió con una rabia evidente. Emilia bajó la mano. Sus ojos se llenaron de lágrimas silenciosas. Claudia dio otro paso.

—Santiago, por favor, yo quise cuidarte… —Él la miró como si fuera una serpiente.

—¿Cuidarme? —repitió con asco —¿Cuidarme secuestrando al hijo de Shaya? ¿Cuidarme enviando hombres a matarla? ¿O cuidarme manipulándome mientras jugabas a ser Dios con mi vida? —reprocho con decepción. Claudia abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Solo su respiración agitada llenó el espacio.

—No lo hice por eso… —susurró ella finalmente —Lo hice porque quería protegerte de la verdad. Porque sabía que te dañaría. Que destruiría todo lo que amas, todo lo
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