75. La Promesa de un Peligro
Una hora después, el pasillo del hospital era un desierto blanco. Las luces frías parpadeaban en los bordes del techo, y el aire olía a café recalentado, a miedo, a madrugada.
El reloj, suspendido sobre la puerta de urgencias, marcaba la 1:06 de la mañana.
Eryx Allens seguía allí, inmóvil, los dedos entrelazados, los ojos hundidos en la puerta. No había pestañeado en minutos. La camisa arrugada, las manos manchadas de sangre seca en los nudillos. No recordaba si había respirado, si había bebido agua, si había hablado. Solo recordaba el ruido.
El grito de Shaya al otro lado del teléfono. El golpe metálico. El silencio.
Cuando la puerta finalmente se abrió, el sonido de las bisagras lo devolvió a la realidad.
Una médica de cabello grisáceo y ojeras profundas apareció con una carpeta en la mano. Su gesto era serio, profesional, cansado.
—¿Familia de la paciente Moore? —preguntó con voz firme.
Eryx dio un paso adelante sin dudar.
—Soy su esposo —respondió, aunque la palabra le pesó e