74. Donde la noche se rompe
La lluvia se intensificó, cubriéndolo todo con un sonido constante. Shaya cerró los ojos. Cada músculo de su cuerpo dolía, pero su mente estaba más clara que nunca. Esto no había sido un accidente.
No después de todo lo que había pasado. No después de los secretos, las amenazas, las advertencias veladas.
Cuando Eryx llegó, el coche todavía humeaba. Corrió hacia ella, abriendo la puerta con un golpe. Sus manos la tomaron con fuerza, revisando su rostro, su cuello, sus brazos.
—Dios mío, Shaya… —susurró con la voz rota —¿Qué demonios pasó?
Ella lo miró, con el maquillaje corrido y la mirada perdida, pero en sus ojos había fuego.
El sonido de la lluvia se confundía con el eco distante de las sirenas. Las gotas caían sobre el asfalto con una cadencia monótona, casi cruel. Eryx permanecía de pie junto al coche destrozado, con el corazón latiéndole tan fuerte que podía sentirlo golpearle las costillas. Shaya estaba recostada contra el asiento, los labios pálidos, la respiración débil, la mi