41. Enemiga jurada

Pero el aire cambió con un crujido invisible. Una sombra de resentimiento se alzó entre los presentes cuando dos figuras hicieron su entrada. Claudia, la esposa de Santiago, avanzaba con un vestido color esmeralda, hermoso pero apagado frente al brillo radiante de Shaya. Su rostro estaba endurecido, los labios apretados en una línea que apenas podía contener la furia que hervía dentro de ella.

A su lado, Emilia, la madre de Santiago, se movía con la elegancia de una reina consagrada. Su cabello perfectamente recogido, las joyas heredadas de generaciones y su porte indiscutible la hacían parecer inquebrantable. Sin embargo, sus ojos, fríos y calculadores, escaneaban el ambiente como una estratega en un campo de batalla.

—Maldita mujer… —susurró Claudia, los puños apretados, mirando a Shaya como si sus ojos pudieran atravesarla.

Estaba a punto de dar un paso decidido hacia ella, pero la mano de Emilia se posó suavemente sobre su brazo, firme, como una garra enguantada en terciopelo.
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