HDP

—¡Maldito hijo de puta!

Vuelvo a bramar en la tranquilidad de mi habitación en la casa de los O’Connor. Es que estoy tan cabreada y enojada con ese tipejo que lo único que se me ha ocurrido pensar es en conseguir un sicario y hacerlo picadillo, o mejor aún lo mato to misma y se lo lanzo a los perros.

No, mejor no, se pueden enfermar los perritos.

—Pero, Louise…

Esa niña estaba tan contenta con la mentira piadosa que le dije que no me atrevo a dañar su corazoncito ya herido. Necesito hacer algo, de alguna forma u otra tengo que lograr que ese idiota descerebrado se de cuenta de la hermosa hija que tiene.

—Piensa, Shannon, piensa…

—¿Y si hace un contrato de esos como los que salen en las novelas, señorita Shannon?

—Se… señor Loren, ¿estaba aquí?

—Pues hace como quince minutos, pero usted ha estado demasiado ofuscada gritando de un lado para otro que no ha hecho caso a mi presencia, señorita Dumas.

—¿O sea que escuchó todo?

—Cada una de las atrocidades que ha dicho en contra del joven Co
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