La decisión ya estaba tomada.
Desde el momento en que vi ese mensaje en mi teléfono, supe lo que tenía que hacer.
Si quería salvar a Santiago, tenía que alejarme de él.
Si quería asegurarme de que la mafia no lo tocara, tenía que ofrecer algo a cambio.
Algo que solo yo podía darles.
Algo que él nunca permitiría.
Por eso estaba aquí.
De pie en un almacén abandonado, esperando a un fantasma del pasado.
El aire olía a óxido y humedad, la luz tenue de una lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas en las paredes sucias.
Mis manos estaban frías, pero mi resolución era firme.
Había enviado un mensaje a la única persona que podía arreglar esto.
El único que tenía el poder de negociar en este mundo al que alguna vez había pertenecido.
Y