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—¡Mira, mamá! ¡Es enorme! —exclamó un emocionado Mateo, tirando de la mano de su madre para soltarse e ir corriendo hacia el avión privado que los esperaba tan pronto bajaron del auto—. ¡Es como de esas películas que nos gusta ver!
—Sí, mi amor, es muy grande. Pero quédate quieto.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir!
—No, Mateo.
—¡Por favor! ¡Por favor!
—Ya dije que no. No puedes correr, entiende.
Savannah se aferró a la mano de su hijo con fuerza, recordando aquel fatídico día en que tuvo el accidente y el miedo le atenazó el corazón de nuevo, haciendo que el agarre fuera de muerte.
Estaban en una pista solitaria en medio de la nada, apenas un par de autos los rodeaban y no había peligro evidente para que su hijo corriera hacia el avión, pero el miedo aún la perseguía. Además de que hacia un par de semanas aún seguía en cama. Para ella, su hijo seguía delicado de salud.
Pensar en soltarlo, en que algo le llegase a suceder de nuevo y tener que sufrir en medio de una fortaleza que no sabía