—Siéntate y firma —ordenó Massimo tan pronto vio entrar a Savannah al despacho.
La mujer, por su parte, lo miró con el ceño fruncido y con el insulto en la punta de la lengua. Pero sabiendo que nada obtendría al discutir con él y sus pocos modales, obedeció sin rechistar, sosteniendo la carpeta que estaba sobre el escritorio.
La abrió sin más y leyó las primeras líneas, donde establecía que el pago de la deuda era casándose con él y cumpliendo con su papel de esposa en todo el sentido de la palabra.
Savannah tragó saliva, cerrando los ojos por breves instantes. Se dijo que leer el papel lo haría todo más deprimente, así que suspiró, abrió los ojos y fue directo a la última hoja, donde la firma de Massimo ya estaba plasmada.
No titubeó, si lo pensaba de más, no sería capaz de firmar. Pero había hecho un trato y nada más le importaba que la vida de su hijo, por más que se sintiera mal y odiara a ese hombre con cada fibra de su ser.
Antes de firmar y cerrar su destino para siempre, una m