Obsesión Carmesí
Obsesión Carmesí
Por: Atha Di Blasi
Prólogo

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras miraba con dolor al hombre que le había jurado amor eterno. Simplemente no podía creer que la hubiera engañado. Todas esas inseguridades que al principio tuvo en la relación volvieron de golpe, destruyéndola por completo. Él le había repetido incontables veces que jamás lo haría, que solo la veía a ella y que era la dueña de su corazón.

Pero todo había sido una mentira...

Una falsa que Adalyn había creído...

El rostro indiferente del mafioso permaneció intacto; sin embargo, sus ojos azules estaban aguantando las lágrimas que querían escapar. No podía, no quería mostrar alguna señal de arrepentimiento frente a ella, pero su corazón dolía al verla en aquel estado tan vulnerable. Quería tocarla, abrazarla y explicarle por qué lo había hecho, pero se detuvo.

No podía...

Tenía que alejarla...

Debía romperle el corazón...

Un sollozo audible se escapó de los labios temblorosos de la joven pintora mientras su cabeza se movía en negación, al no querer creer lo que había visto hace unos minutos. Pero los ojos no engañan. Había visto cómo Salvatore se había acostado con otra mujer; la rabia le llenó el corazón y, sin poder evitarlo, le dio una fuerte cachetada al italiano, que la miró sorprendido por unos segundos, pero permaneció quieto en su lugar.

— ¿¡Por qué!?... ¿¡Por qué me hiciste esto!?... ¿¡Por qué!?... —preguntó, soltando sollozos mientras golpeaba el pecho del italiano, quien cerró sus ojos con fuerza ante el impulso de querer abrazarla. —Me habías jurado amor, Salvatore… Me dijiste que querías casarte conmigo… Que querías tener una familia conmigo… ¿¡Acaso todo lo que me dijiste fue mentira!?… ¡Dime!

Un nudo se formó en la garganta del mafioso al escuchar a su amada recordarle todas las promesas que le había jurado cumplir. Sus manos temblaron mientras mantenía los ojos cerrados, sin tener la fuerza de verla en aquel estado. Le dolía con todo su corazón haberla hecho sufrir, pero, en su mente, se repetía constantemente que debía seguir actuando hasta el final; no podía retroceder ahora.

—Fue todo mentira, Adalyn… —pronunció con cuidado, ante el nudo en su garganta—. Jugué contigo, nunca te amé.

—Dímelo… Dímelo mirándome a la cara, Salvatore… Hazlo… ¡Mírame! —le exigió, mientras su voz se rompía con un nuevo sollozo.

El mafioso apretó su mandíbula; se sentía acorralado. Sentía que si la miraba a la cara diciéndole que no la amaba, rompería en llanto. Su cuerpo se tensó al sentir cómo las manos de Adalyn se colocaban en su rostro.

—Por favor… Salvatore, por favor… —suplicó entre sollozos, acariciándole las mejillas al hombre que amaba y que ahora la había lastimado—. Yo te amaba… ¿Por qué me hiciste esto?... Yo te entregué todo de mí, te di todo lo que mis manos alcanzaron a darte… Confié en ti, Salvatore…

—Basta… —pidió con cierto temblor en su voz, mientras tomaba con delicadeza las manos de Adalyn y la alejaba de él. Fue allí cuando por fin la miró con sus ojos cristalinos, pero no dijo nada por unos largos segundos, preparándose para la gran mentira que diría—. Yo no te amé, Adalyn… Solo fuiste un juego para mí, algo de momento, y… me aburriste… Solo me das lástima y quiero que tomes todas tus cosas y te largues de aquí.

—Salvatore… Por favor… —suplicó ella, sin poder creer que le estaba diciendo todas esas palabras crueles. Adalyn intentó acercarse nuevamente a él, pero el mafioso retrocedió, negando con la cabeza.

—Lárgate… ¡Ahora! —le gritó con enojo por primera vez, asustándola y provocando que se marchara de aquella habitación, dejándolo completamente solo. Sin embargo, Salvatore solo estaba enojado consigo mismo— Espero que algún día me llegues a perdonar, Adalyn…

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