Así, en medio del desorden y la tensión, idearon un plan. Un plan audaz y arriesgado, con el potencial de traer consecuencias irreparables. Su objetivo era claro: obligar a Derek a enfrentar sus propios demonios y a comportarse como un verdadero hombre.
Doña Alba se deslizó en el dormitorio donde su nieto dormía. Sus pasos, lentos y pesados, resonaban en el silencio. Se sentó en la cama, junto al joven. Derek yacía boca abajo, y los arañazos en su espalda eran claramente visibles. Con delicadeza, la matriarca acarició la zona afectada.
El joven, al sentir la calidez de esa mano, abrió los ojos somnolientos. Sabía que era su abuela.
— Abuela.— murmuró, con la voz adormecida. Apoyó la cabeza en las piernas de la doña y la abrazó por la cintura.
Alba le tocó el rostro y le alborotó el cabello. —Despierta— dijo, con una tristeza que le quebró la voz. —Tenemos una conversación muy delicada que tratar.
Derek, al escuchar la voz destrozada de su abuela, se sentó de golpe, la somnolencia desv