4. Escapar del hombre cruel

Media hora después, llegaron al hospital. Su amigo Bruno se había encargado de tener todo listo para recibirlos.

— Bájate y deja tus cosas aquí — le ordenó.

— Prefiero llevarlas conmigo — replicó ella.

— No te estoy poniendo a elegir. Bájate y deja tus cosas aquí — repitió, ahora con más autoridad.

Ana Paula lo miró como si le lanzara dardos invisibles, pero eso a él no le daba más que igual. No le compraba el teatrito de señorita ofendida, así que la tomó por el antebrazo y la obligó a caminar.

— Suéltame, me estás lastimando — se quejó la muchacha, con ojos rojos.

Santos no acostumbraba a ser un hombre prepotente, mucho menos un abusador.

— Entonces camina y acabemos con esto rápidamente.

— Podríamos evitarnos todo esto. Cesar no es el padre de mi hijo — mintió, quizás así podría librarse de lo que ese cruel hombre tenía planeado para ella.

Él entornó los ojos.

— ¿Entonces por qué ayer diste a entender que sí? ¿Por qué me dijiste que no permitirías que Cesar te quitara a tu hijo si él no era en realidad su padre?

Ana Paula pasó un trago. Ella no sabía mentir.

— Yo…

— Mejor acabemos con esto cuanto antes. No me fio de ti.

— Yo tampoco… — musitó ella, con la mirada gacha, creyendo que él no alcanzaría a escucharla.

Una vez dentro, como había solicitado el CEO Torrealba a su amigo, todo fue muy discreto.

Ella entró al consultorio con gesto tímido. Él se mantuvo siempre a su lado, de pie, con gesto expectante y rabioso.

— Tome asiento, señorita, por favor — le pidió el doctor — ¿Trajo su expediente clínico con usted?

Ana Paula parpadeó. No comprendía a que se refería y alzó la vista en dirección al hombre que la había llevado a ese lugar.

— Se refiere al expediente que tuvo que haber entregado el médico que lleva tu embarazo.

— Oh, no, yo no… tengo uno.

— ¿Qué significa eso? — la cuestionó él — ¿Ni siquiera sabes si tu embarazo es saludable o no?

Ella negó, avergonzada. El doctor también se asombró, pues se notaba que tenía ya más de diez semanas.

— Muy bien, vamos a realizarle todo lo necesario.

Ella asintió. Primero respondió todas las preguntas del doctor, desde malestares incómodos, alimentación y si estaba tomando alguna vitamina. Mientras tanto, Santos lo escucha todo, cada vez más asombrado.

Si ese bebé era su sobrino, debía hacer algo cuanto antes para que se terminara de formar saludablemente.

— ¿Quiere escuchar los latidos de su hijo?

Ella abrió los ojos desmesuradamente.

— ¿Podría? — preguntó con ilusión.

— Por supuesto.

Segundos más tarde, ese maravilloso sonido inundó la habitación.

Ana Paula experimentó cientos de emociones en ese momento. Dios, era el corazón de su bebé.

Santos la observó un tanto extrañado. Esa expresión era muy genuina y de una madre que esperaba a su hijo con muchas ansias.

— Por suerte, el feto se forma saludablemente.

— ¿Por suerte? — preguntó Santos.

— Sí, señor Torrealba. Pasa que la joven está baja de peso, lo que significa que no hay una alimentación saludable y balanceada.

Él suspiró.

— Eso cambiará a partir de este momento, doctor. Ahora… ¿Existe la posibilidad de que pueda realizarse una prueba de paternidad en este momento?

El hombre lo pensó un segundo.

— Sí, normalmente se recomienda esperar un poco, pero más allá de la alimentación, la joven no presenta alguna infección que pueda traspasarle al feto al momento de realizarle la prueba, así que sería un procedimiento seguro.

— Muy bien, inícielo cuanto antes.

Una hora más tarde, Ana Paula salía del laboratorio. Su corazón todavía burbujeaba después de haber escuchado los latidos de su hijo. Incluso sonreía y nada le robaba esa felicidad.

— Los resultados estarán listos hasta dentro de 20 días, señor Torrealba — le informó el doctor.

Santos odiaba tener que esperar, sobre todo porque tendría que hacerse cargo de esa mujer hasta saber que arrojaban los resultados, pero no le quedó de otra más que estar de acuerdo.

Antes de irse, se despidió de su amigo Bruno, prometiéndole que lo pondría al tanto de todo muy pronto.

— ¿Ahora a dónde vamos? ¿Puedo volver a mi apartamento? — preguntó Ana Paula cuando estuvieron en el auto.

— Te dije que te quedarías en mi apartamento hasta conocer los resultados de la prueba.

Días después de haberse instalado en aquel lujoso apartamento, con vistas preciosas, comida ilimitada y una habitación que doblaba en tamaño el apartamento en el que vivía, Ana Paula bajó las escaleras con pies descalzos tras escuchar el rumor de unas voces.

Era él. También vino con compañía.

Desde que la dejó allí, en compañía de dos de esos hombres que lo seguían a todos lados y una cocinera, no había vuelto a verlo.

— ¿Qué piensas hacer cuando sepas si ese hijo es de Cesar o no?

Ana Paula se acuclilló detrás de las escaleras para evitar ser vista.

— Fácil. Si no es hijo de Cesar, la enviaré a donde pertenece: la cárcel. Y si lo es… me casaré con ella.

La pobre Ana Paula ahogó un jadeo de horror con la mano y sus ojos se abrieron de par en par.

— ¿Casarte con la mujer que amó Cesar?

— Cesar nunca pudo haberse enamorado de ella. Solo se dejó atrapar por su belleza y sus trampas, nada más. Pero estoy seguro de que no habría abandonado a su hijo, de haber tenido el tiempo de saber de su existencia.

— Te parece bonita, ¿eh? — se burló su amigo. Él lo atravesó con la mirada — Pero no entiendo, Santos. ¿Qué esperas conseguir al casarte con ella?

— Que esa criatura nazca y se crie en el círculo que le corresponde. Es lo que habría querido Cesar.

— ¿Y después del nacimiento?

— Tendrá que enfrentarse a la justicia de todas formas. La muerte de Cesar no quedará así, pero entonces yo ya habré protegido a su primogénito.

Ana Paula, aterrorizada por cualquier de esos destinos, retrocedió sin ser vista o escuchada y se encerró en su habitación, caminando de un lado a otro.

— No, no — musitó angustiada —… ese hombre no iba a quitarle a su hijo cuando naciera, mucho menos se casaría con él. ¿Qué le pasaba?

Una repentina punzada en su cabeza la hizo llevarse las manos a esa zona. Se sentó en la orilla de la cama y respiró profundo.

Debía hacer algo.

Debía evitar que ese hombre, quien sea que fuera, no usara su poder contra ella y le arrebatara al hijo de sus entrañas.

Debía… debía huir.

Sí, esta vez sí lo haría.

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