5. Señor y Señora Torrealba

Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.

Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.

No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.

Ese era su momento.

Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.

— ¡Señorita, deténgase ahí!

Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.

No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó del brazo para evitar que se marchara, ella lo mordió con todas sus fuerzas, sintiendo el extraño sabor metálico de la sangre en su boca.

— ¡Ah! — el hombre gritó y la soltó por inercia, entonces ella echó a correr hasta el ascensor y esperó impaciente hasta que se abriera en recepción.

Siguió corriendo. La brisa de temporada chocó con su cuerpo cuando salió a la calle. Todo estaba solo. No sabía a donde iría. No tenía a nadie y a su apartamento ya no podría volver, pero no se detuvo… al menos no hasta que chocó contra un cuerpo firme y grande.

— ¿A dónde vas muñequita? — preguntó el portador de aquella, un hombre que rebasaba el metro ochenta y la miraba a ella como una presa — Tú y tu bastardo se han puesto en bandeja de plata para mí.

A pesar de la oscuridad de la noche, los focos de algunos pocos autos iluminaron el rostro del hombre, y Ana Paula entornó; asustada, los ojos, como si su mente quisiera decirle algo y ella hubiese visto antes a ese hombre.

Rápido desechó esa idea cuando el misterioso hombre intentó capturarla, el instinto de Ana Paula otra vez se activó, y peleó con él todo lo que pudo, arañándolo y empujándolo hasta doblegarlo por un golpe en sus genitales.

— ¡Ah, zorra barata! — le gritó al tiempo que ella corría de regreso, hasta encontrarse frente a frente con los escoltas que habían salido a buscarla.

Mientras tanto, en algún lado de São Paulo, Santos Torrealba miraba las luces de la ciudad desde la oficina de la empresa familiar en un alto piso.

Eran casi las once cuando Leonas entró a la oficina con gesto preocupado. A esa hora solo quedaban ellos dos en el edificio.

— Señor, uno de mis hombres me ha informado que… la joven intentó escapar.

El CEO se giró.

— ¿Cómo que ha intentado escapar?

Leonas se encogió de hombros. Él tampoco comprendía.

— Pero eso no es lo peor.

— ¿Qué pasó? Habla.

— Alguien quiso hacerle daño a ella y a la criatura, o al menos eso es lo que la joven contó.

Sus ojos se abrieron y un sentimiento de preocupación lo asaltó.

— ¿Logró hacerles daño? ¿Ella y el bebé están bien? ¡Responde, carajo!

— Sí, señor, pero al parecer está aterrada y no deja de llorar.

Sin perder tiempo, tomó su saco y se dirigió al apartamento. Leonas terminó de relatarle los hechos.

Ella estaba sentada en un sofá con la mirada gacha e hipaba asustada. Ana Paula se incorporó en cuanto lo vio.

— ¿Estás bien? — era lo primero que necesitaba corroborar él. La despreciaba, pero llevaba en su vientre a una criatura que podría ser su sobrino.

— Sí, yo…

Él ni siquiera la dejó terminar cuando la tomó del brazo con braveza y la arrastró a la biblioteca. Leonas ordenó a todo el mundo que volviera a lo suyo.

— ¿En qué diablos estabas pensando, eh? — reprendió Santos a Ana Paula tras cerrar la puerta y soltarla de mala gana.

Ella lo miró con esos tiernos ojos grises. Estaban rojos por las lágrimas. Sintió impotencia por su plan fallido.

— ¡Que sepas que no voy a casarme contigo!

El CEO Torrealba la miró con ojos entornados y rio.

— Así que además de cínica, acostumbras a escuchar conversaciones ajenas.

— Piensa lo que quieras, no puedes retenerme aquí — le pasó rabiosa por el lado, pero él la detuvo del codo y la pego fieramente a él.

Ana Paula tuvo que alzar la vista para poder mirarlo. Él era poderosamente alto.

— ¿Y qué harás allí fuera? Ya me enteré de que el tipo que quiso hacerte daño también lo quiso hacer con tu hijo. ¿Quieras salir y exponerte? Muy bien, ve, no me sorprendería que además de asesina fueses tan terrible madre — espetó soberbio.

Ana Paula apretó los dientes y lo miró con rabia.

— ¿Qué es lo que quieres de mí?

— De ti nada. Y agradece que es tu boleto de libertad, porque si fuese por mí, ya estarías tras las rejas.

— Yo no hice nada de lo que me acusas — le dijo en voz baja, ya se sentía vencida.

— Tu palabra para mí no tiene validez — espetó y se pellizcó hastiado el puente de la nariz — Escucha, Ana Paula, conmigo no tienes más opciones, y si tienes un poco de cariño por tu propio hijo, harás lo que yo te diga por su bien.

Después salió de allí sintiendo que hervía. Ordenó a Leonas que averiguara quién era el tipo que intentó hacerle daño a Ana Paula y cuáles eran sus motivos.

— Mañana a primera hora me pongo en ello, señor.

Veinte días después, en los que Ana Paula y Santos cada que vez que se veían solo podían discutir, llegaron los análisis de paternidad.

Ella estaba tranquila, pues sabía de sobra los resultados.

Santos abrió el sobre en sus narices, sorprendido por esa serenidad que observaba en ella.

“99.99% de compatibilidad”

No dijo ni una sola palabra. Tan solo dobló el sobre nuevamente y lo guardó en el bolsillo de su saco.

— Vendré por ti en media hora — dijo camino a la puerta.

— ¿A dónde vamos? — quiso saber, pero él no respondió.

Después de ducharse, alguien llamó a la puerta.

— Esto lo envía el señor para usted, debe ponérselo y bajar cuando esté lista — le dijo uno de los escoltas.

Ella solo asintió y cerró la puerta, extrañada. Luego abrió el cierre de la funda y ahogó un jadeo al descubrir un vestido blanco de novia.

Santos miró el reloj, impaciente. ¿Quién se creía que era para hacerlo esperar? Se preguntó al tiempo que alzaba la vista y la veía bajar del ascensor del edificio, enfundada en aquel vestido corto de novia.

— Ya… estoy lista — dijo ella con voz tímida al acercarse. Después de pensarlo, sabía que estaba atrapada y que su única opción era ceder a lo que ese hombre quería.

Con gesto indiferente, el CEO apartó la mirada, sin saber por qué experimentó un extraño cosquilleo al verla vestida así, Abrió la puerta trasera.

Minutos más tarde llegaron al lugar en el que contraerían matrimonio de forma imprevista. En la habitación solo se encontraban ellos dos en compañía de los testigos: Bruno y Leonas.

Firmaron lo correspondiente e intercambiaron los anillos.

— Señor y señora Torrealba, legalmente los declaro, marido y mujer — cuando el oficiante pronunció aquellas palabras, algo hizo mucho ruido en la cabeza de Ana Paula.

Miró a su marido con horror

— ¿Torrealba? ¿Tú eres… familia de cesar?

— Sí, el hijo que llevas en tu vientre es mi sobrino — confesó al fin, y el corazón de Ana Paula se detuvo por una milésima de segundo.

Dios Santo… había sido obligada a casarse con el hermano de su ex.

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