—¡¿Te has vuelto loco, Alejandro?! —entró su padre, lanzando la puerta de su oficina.
Se encontraba en el hospital, cubriendo un turno que no podía, porque la verdad era que no podía concentrarse cuando su cabeza estaba llena de un único pensamiento: Selene. Selene se había ido. De verdad se había ido.
—¡¿Violación?! ¡¿Acusaste a Isabella de violación?!
—¿No se supone que deberías de defender a tu hijo? —lo miró apenas, mientras se llevaba la botella de whisky a los labios.
—¡Suelta eso! —se acercó con urgencia, mirando hacia todos lados como si temiera que pudieran descubrirlo. Honestamente, a él le importaba un rábano, pero su padre no parecía pensar lo mismo—. ¡Estás en un hospital! ¡Eres un maldito médico! ¡¿Qué diablos haces bebiendo?!
—Deberías preguntarle eso a la perra que estás defendiendo.
—¡Por el amor de Dios, ¿cómo pretendes que la gente crea que te violó?! ¿Has visto tu tamaño? Eres tres veces más grande que ella.
—Y eso no le impidió valerse de un truco tan bajo c