Elegía a Marcos, por supuesto.
Pero decirlo en voz alta no era una opción.
Aunque aparentemente no hizo falta decir nada, algo en sus ojos, en su expresión de miedo por su amigo, habló más fuerte que cualquier palabra.
La mano que descansaba sobre su barbilla la soltó en ese instante.
El rostro del hombre permaneció inmutable mientras respiraba hondo por la nariz, casi como si quisiera calmar a la fiera que habitaba en su interior.
—Entonces vete con él —dijo; su voz era increíblemente aterradora, a pesar de que no gritó ni la elevó—. Vete con ese imbécil. Ya.
Se quedó aturdida por un instante. ¿Estaba hablando en serio? ¿De verdad la estaba liberando? No lo podía creer.
Aún así, su siguiente acción fue más estúpida todavía, porque se dejó llevar por esa mínima esperanza y dio un paso tembloroso hacia el ascensor con las piernas flojas y el corazón latiéndole en la garganta.
Pero fue solo eso, un paso, porque no llegó a dar el segundo.
Alejandro la tomó del brazo con