Su madre se había tomado completamente en serio la idea de marcharse.
Esa mañana, cuando salió de su habitación luego de casi no poder dormir en toda la noche, lo primero que se encontró fue la sala repleta de cajas de mudanza.
Las cosas más importantes habían sido guardadas; el restante sería vendido por los vecinos, quienes luego le depositarían el dinero a la cuenta de Marcos.
Y así, todo estaba listo.
Más fácil de lo que hubiera imaginado.
Aunque seguía existiendo un problema, uno delicado.
—Clarie no quiere irse, ¿verdad?
—Toma un poco de café, cariño. Será un día largo —le dijo su madre, entregándole una taza con un líquido humeante que no tardó en aceptar.
—Mamá, pero Clarie…
—Ella lo entenderá. Ya tiene quince años y es una jovencita muy inteligente. Sé que está apegada aquí, a sus amigos, pero confío en que logrará hacer otros cuando nos instalemos en ese nuevo lugar.
—¿Ya sabes a dónde iremos? —preguntó algo que tampoco había pensado mucho.
—No lo sé, pero Marcos l