—Selene —advirtió Marcos con dureza cuando ella se quedó en silencio por más de un minuto entero.
Negó lentamente, con lágrimas en los ojos. No quería hablar de eso; de verdad que no quería.
—¿Te lo hizo ese hombre? —asumió él, haciendo que su rostro se transformara en uno más frío e irreconocible. Pocas veces lo había visto tan molesto—. ¿Se atrevió a ponerte una mano encima, ese infeliz?
—¡No! —dijo rápido, sabiendo que no era bueno que él estuviera sacando ese tipo de conclusiones.
—¿Entonces qué pasó? —repitió de una forma que no admitía un no como respuesta.
Cerró los ojos y suspiró antes de recostar su cabeza en la camilla.
Parecía que el día no terminaba aún; y ella solo quería olvidar ese espantoso episodio y regresar a casa a dormir.
—Fue su prometida —reveló con lentitud, recordando la cara desquiciada que había tenido la mujer cuando la empujó.
—¿Qué?
—Nos descubrió, Marcos —resumió todo el caos en esas simples palabras.
—Eso no importa —dijo él con vehemencia—. Deberías de