El Volkswagen de Marcos se estacionó en la entrada del hospital.
—Espera, ya te ayudo a bajar —indicó el hombre, abriendo su puerta y saliendo rápidamente para abrir la suya.
Con delicadeza, puso un brazo detrás de su espalda y otro por debajo de sus piernas antes de levantarla con agilidad.
Escondió la cara en el cuello de su amigo mientras no podía dejar de llorar. Le dolía demasiado y temía por el bienestar de sus hijos.
—Todo va a estar bien —le susurró él con seguridad, y se adentró en la clínica pidiendo por una camilla.
—¡Es una emergencia! ¡Está embarazada! —anunció a viva voz, atrayendo las miradas de todos.
Le ayudaron con la urgencia que se ameritaba, mientras le preguntaban qué sentía. La mancha de sangre era demasiado visible ya en su pantalón.
—No te preocupes. Estás en buenas manos —le dijo alguien, una enfermera quizás.
No la pudo ver con claridad.
Tampoco la pudo escuchar con la atención que se necesitaba.
Se sentía demasiado abrumada.
—Por favor